21.11.06

Vivir entre mujeres


Bragas y pelos largos
permanentes en el baño
sonrisas secretas

20.11.06

Ultimos libros leídos:


Rosario Tijeras - Jorge Franco Ramos. Hay que reconocer que esta mítica novela colombiana puede no ser original y es más bien bastante digerible con su lenguaje cinematográfico, pero demuestra que las novelas que te pueden emocionar aún existen. Más una historia de amor que una de violencia (esta queda siempre, diríamos "fuera de campo") Rosario Tijeras no tiene la poesía explosiva de La virgen de los sicarios, por ejemplo, pero por sobre la dominante funcionalidad de su lenguaje logra asomar la suficiente belleza para redimirla.

¡Que viva la música!
- Andrés Caicedo. La primera vez que leí esta novela era muy joven. Quizás no tanto como los personajes que la habitan, pero si lo suficiente para no reconocer los abismos en que estan permanentemente cayendo. La obra de Caicedo puede responder siempre a este modelo de caída en la locura y la sordidez, los personajes pueden clonarse y los escenarios repetirse como un purgatorio, pero por más variaciones que haga nunca pierde su fuerza, misterio y belleza. Muchos demonios debía tener el escritor, y algunos tambien hay que tener uno mismo para degustarlo como se merece. Una obra maestra.

El lugar
- Mario Levrero. Una sorpresa descubierta en la blogospera literaria peruana. El escritor uruguayo, además de ser un estilista de la precisión, es uno de los pocos latinoamericanos que se asoma al horror sin perder la cabeza, tan sólo como si se tratara de una tabla de ajedréz. El lugar es uno de los relatos que más honor hace a su estirpe kafkiana. Espero encontrar más libros de él en España.

Las vírgenes suicidas - Jeffrey Eugenides. Si no hubiera leído tantos elogios, nunca me hubiera animado a coger este deslumbrante debut, híbrido ejemplar de técnica periodística y el aliento gótico muy a lo Casa Usher de Poe. A su lado, el filme de Sofía Coppola es un aviso publicitario, completamente ajeno a las sombras, al lirismo pantanoso y al humor negro del libro. Aunque la traducción de Anagrama o esta nada mal, valdrá la pena releerlo en su idioma original.

Minority Report y Scanner Darkly- Philip k. Dick. Últimamente no soy un gran lector de cuentos, pero no por ello he dejado de sentir la pegada de esta colección, que contiene, dentro de su respeto por el canon formal, los cuentos fantásticos más asombrosos y turbadores con los que me he topado. Como en una de sus historias, Dick escribe cuentos que pueden pasar por ejercicios de ciencia ficción pero en verdad contienen o transportan mensajes menos lúdicos y más peligrosos. No pude estar sin leer Scanner Darkly demasiado tiempo luego de ver la película. Paranoia, drogas, juegos de identidad (con sus consiguiente estrategias narrativas) y sobre todo mucho corazón y piedad ante sus personajes. Novela anti-utópica, negra, contracultural y futurista. Más legible que Burroughs y no menos escalofriante.

Sin noticias de Gurb y El año del diluvio de Eduardo Mendoza. Si fuera angloparlante seguramente no diria esto, y me decantaría más bien por John Kennedy Toole, pero ya que no es así, debo reconocer que las novelas cómicas de Mendoza son los libros que más me han hecho reir. Sin noticias de Gurb me retrotrae al Mork de Mork & Mindy pero cruzado con el Lazarillo de Tormes y no encerrado en su piso de sit-com. Ignoro los antecedentes picarescos de la literatura catalana, por lo que el humor de Mendoza me parece la mejor experiencia de humor ibérico que puedo recomendar. No cabe duda que La verdad del Caso Savolta y La ciudad de los prodigios son novelas magistrales en su manejor de los géneros policiaco e histórico, y una de las mejores aproximaciones a la historia de Barcelona, pero son novelas como ésta y el ciclo del anónimo y díscolo detective que resuelve a tranconos sus sátiras noir. Al lado de éstas, El año del diluvio es un ejercicio menor de romance folletinesco, muy bien escrita y estructurada, como siempre, pero carente de la originalidad esperable, tal vez por tratarse de un campo minado por un contingente que va desde Corín Tellado hasta García Márquez.

El asco. Tres relatos violentos
e Insensatez de Horacio Castellanos Moya. Dentro de las recomendaciones latinoamericanas de Bolaño, uno de los nombres que más ganas tenía de leer era el de este escritor hondureño, a quien comparaban como versión latina de uno de mis escritores mas admirados, Thomas Bernhard. Del primer libro, compuesto por tres relatos breves, el mejor y más célebre es El asco (Thomas Bernhard en San Salvador) (2000), donde utiliza la voz del austriaco para urdir una genial mezcla de parodia y homenaje estilístico (con cameo incluído). Pero lo que en Bernhard es angustia y rabia ácida contra Salzburgo y sus compatriotas, aqui se transforma en un terror delirante que dinamita toda la sociedad salvadoreña. Castellanos Moya dice haber encontrado en la voz de Bernhard el mejor estilo para vomitar su repulsión patriótica, lo dice como un imitador que se disfraza de otro para hacer reir pero también para lanzar bombas de mierda, protegido por el aura de la comedia, a sus enemigos. Sólo con este relato hizo con San Salvador lo que cada país merece que alguno de sus escritores se atreva a hacer con él. No he leído otras de sus obras, pero con Insensatez (2004) me da la impresión que el acento bernhardiano se va alivianando y españolizando; ya no se sienten tanto los tics obsesivos que calcaba el hondureño de su maestro, aunque todavía usa los leit motivs repetitivos, el insulto mordaz y el monólogo transtornado como vehículos para saldar cuentas con su corrompida sociedad centroamericana. Cual un Borat en shock philipkadickiano.

About a Boy de Nick Hornby. Hay escritores como Castellanos Moya, que ponen a prueba tu tolerancia , y hay otros como Hornby en quienes lo más duro de sobreponerse puede ser a la cara de Hugh Grant, que si tienes la mala suerte de haber visto el filme antes acompaña al narrador por lo menos en el primer tercio del libro. Hornby es de esos escritores simpáticos que lo único que quieren es hacerte pasar un buen rato con su humor e ingenio, perfectos para acompañar su lectura con un té y unas galletitas. Escriben novelas pulcras e inteligentes dentro de los límites de la amabilidad, y si se dan la libertad de rozar el cinismo, la inmoralidad o la pedantería sólo es para triplicar esa dosis de atrevimiento con una de redención bonachona. Sólo espero volver a tener un libro suyo a la mano si paso por un periodo de extrema angustia o depresión.

15.11.06

¡Mirad, Mirad, malditos!

Copio aqui la reseña del Festival de Sitges 06, en versión uncut, que Myrna y yo escribimos para la revista Tren de sombras.


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El pueblo de Sitges, a 35 km. de Barcelona, es muy conocido por su ambiente gay friendly, que unido a una oferta turística privilegiada —17 playas, castillos medievales junto a hoteles 5 estrellas— tiene como cenit de popularidad su Carnaval, especie de love parade catalán. Más allá de eso, la única fecha en que la fantasía colectiva alcanza niveles similares es en su Festival de Cine Fantástico, que este año llegó a la 39 edición. Sinceramente, esta era la segunda vez que pisaba la ciudad, ahora con fines totalmente anti solares y, luego de casi una treintena de películas vistas, a salto de mata entre los 50 minutos de tren y las 8 horas de trabajo esclavizante, creo que nunca desligaré la ciudad, por más design y open mind que intente ser, del gris que empieza a apoderarse de sus costas en el albor del invierno. Sensaciones lovecraftianas comienzan a emanar de los muros de piedra y las callejuelas retorcidas del casco antiguo, recorridas por las figuras góticas o metaleras (¿hay alguna diferencia hoy en día?) de los fans que una vez al año rondan entre las salas y desfilan su espectral fetichismo.
Siempre recordaré este primer festival de cine como un compromiso con el insomnio. A diferencia de los festivales de música, en el que cada concierto es una explosión y uno puede saltar entre uno y otro propulsado por la música, un festival de cine te absorbe en cada sala y con más poder aún mientras más dosis de fantástico tenga. Sitges06 duró 10 días y luego de los 6 que pudimos ir, puedo decir que hemos dormido, despertado, desayunado, cenado, bebido y satisfecho otras tantas necesidades vitales en el cine... Días en que, entre el laberinto de itinerarios posibles, la única guía segura era el fajo de entradas que un día antes había podido conseguir, aunque incluso ésta podía verse alterada por nuestra memoria, el transporte nocturno o las criolladas para ingresar a funciones inesperadas.
Hubo sendos reconocimientos a Jodorowsky, Kurosawa (Kiyoshi, no Akira), Richard Fleisher y su tocayo Stanley, pero tenía que ser Lynch, este año como principal homenajeado (aunque sin Inland Empire), quien me atrajera a este purgatorio de videntes sanguinarios, a estas noches maratonianas con una cartelera en la cima de las preocupaciones vitales. Este es el reporte de Myrna Concha y mío sobre lo que pudimos ver (ganadoras casualmente excluidas). El festival de Sitges, felizmente aún corto en limosinas, conferencias y photo calls, pero jugoso en programación, evidencia una madurez laudable a la que el siguiente año estaremos más adiestrados, si el nuestro metabolismo y el paro nos lo permiten.



Los demonios de la mente

Comencemos con una curiosidad catalana: Ensalada Baudelaire (España, 1978) de Leopold Pomés, una historia cruel sobre un matrimonio de clase alta decadente, cuyo paseo en yate se convierte en una sesión de sadismo gracias a la intrusión de dos desconocidos. Marina Lager interpreta a la bella y gélida Andrea, principal víctima de humillantes juegos ante la mirada de su amordazado marido. El cuchillo en el agua de Polanski aflora como cubierto de esta ensalada masoquista y voyerista, cuyo mejor momento es si duda el banquete de la pareja secuestradora sobre el cuerpo desnudo de su rehén.
Siguiendo con el tema torturas, ninguna como el inicio de Broken (Reino Unido, 2005) de Adam Mason y Simon Boyles, en la que unas mujeres despiertan en un ataúd solo para descubrir que su peor pesadilla las espera tanto fuera de él y como dentro de sus propias entrañas. Luego del gancho gore, el filme se convierte en un tenso e interesante relato de convivencia con el enemigo (oscuras relaciones surgen entre prisionera y captor, aislados en un bosque) que desemboca en un final atronador.
El bosque, escenario privilegiado para el fantástico, también tiene su papel en Ils (Francia, 2006), de David Moreau y Xavier Palud, otra historia de asedio que empieza en una casa de campo donde una pareja se ve acorralada por los siempre ubicuos encapuchados. Ejercicio puro de filme de persecución, efectivo pero vacío, con el fútil añadido de haberse basado en hechos reales.
El otro lado del acoso es la venganza. Y sobre ella gira el filme de animación Princess (Dinamarca-Alemania, 2006) de Anders Morgenthaler, en el que el autor desarrolla el tema de un corto anterior, Araki. Una historia de revancha que empieza con la muerte de una mujer enredada en drogas y pornografía, con la consiguiente cadena de sangre a manos del hermano hasta alcanzar al último responsable. Si la historia no es muy original, tampoco lo es la realización gráfica, a excepción del uso de metraje real al estilo de vídeos caseros.

En cambio, 13 (tzameti) (Francia, 2005) de Gela Babluani, es una especie de mito en el que la violencia es el hechizo de la metamorfosis de la vida y el semblante del héroe. La opera prima de Babluani, filmada en blanco y negro porque según él ese el color de la sangre, goza de una impresionante fotografía y un ritmo angustiante, que hacen de ella una experiencia de extrema, tensa y delicada, absolutamente recomendable.


Sangre del más allá
El lado sobrenatural del festival (el más débil, dicho sea de paso), tuvo como punto más bajo la última bazofia de Nicolas Cage, The Wicker Man (EUA, 2006), en la que el director Neil LaBute vende su alma a la industria con un thriller descafeinado sobre un matriarcado panteísta que, a través de una anzuelo increíble, cazan y asan vivo al justiciero Nico. Menos vomitiva, pero no por ello estimables, es el remake norteamericano de una película del homenajeado Kurosawa, The Pulse (EUA, 2006) de Jim Sonzero. Un refrito más del terror patentado en Japón, que cambió las mansiones y los bosques por la tecnología encantada. Esta vez, gracias al Internet, fantasmales virus informáticos del más allá absorben la vida del planeta (The Ring+Matrix+La noche de los muertos vivientes). Protagonizan, claro, deliciosas estudiantes adolescentes.
Subiendo un poco el nivel, La hora fría (España, 2006) de Elio Quiroga es correcto thriller futurista en el que en un planeta post-nuclear un grupo de sobrevivientes vive subterráneamente, amenazados por espectros polares, los zombis de la superficie y, como no, por la más temible de las criaturas: ellos mismos. Más allá del estereotipo, notas curiosas son la propuesta de un final lírico y claudicante, y de que los muebles IKEA y los accesorios H&M (marcas europeas masivas y baratas) sobrevivirán al Apocalipsis.
Los abandonados(España, 2006) de Nacho Cerdá, pese a sus golpes efectistas y a la música badalamentesca más y más estandarizada, propone una historia inteligente, con la misma casa abandonada, los bosques encantados y los fantasmas ineludibles que surgen del desván familiar, pero con una estructura circular muy efectiva y sobre todo un montaje que linda con lo virtuoso.
Imprint (EUA-Japón, 2005), capítulo 13 de la muy recomendable serie Masters of Horror, es un relato macabro en la mejor tradición de Cuentos de la Cripta. El venerado Takashi Miike relata, con una estilo visualmente exquisito, de colorido circense, el viaje órfico de un periodista en busca de amada, que lo lleva a un fantasmal burdel japonés donde el horror más infernal (Basket Case revisitado) se oculta bajo un velo de pederastia, incesto, tortura y asesinato. Un ikebana de guiños cinéfilos, sadismo sofisticado y aberraciones primordiales, de la mano de un maestro del terror contemporáneo.

Otra joya de la serie es el capítulo de John Carpenter, Cigarette Burns (EUA-Canada, 2005), especie de arte poética del cine de horror. Un buscador de películas antiguas se topa con el encargo de encontrar Le Fin Absolute du Mond, misteriosa cinta que se develara como una especie de experimento hereje en el celuloide, capaz de producir la locura homicida en quienes la vean. Carpenter nos brinda poéticas reflexiones sobre su oficio en este inspirado relato cuya única tara es la inapropiada estética videoclipera de la demoníaca película.

Como variación humorística de tanta atrocidad, Woody Allen vuelve a recrearse a la inglesa en Scoop, comedia de misterio donde el director y Scarlett Johansson investigan a un asesino (Sombras y Niebla, Misterioso Asesinato en Manhatan, etc.) con la asistencia de una aparición sobrenatural (Play it again Sam, Edipo Reprimido, etc.). Un reciclaje eficaz y deliciosamente predecible.

Parábolas absurdas
Lo fantástico puede ser una pesadilla interior, una invasión paranormal o una forma de mirar la realidad. En estas parábolas donde la lógica se descarrila encontramos lo mejor que vimos del festival, comenzando por La ciencia de los sueños (Francia, 2005), tercer largo del genial Michel Gondry, que esta vez toma control del guión y nos brinda la mejor condensación de su universo. Amor romántico en escenario de cartón piedra; la magia del artista que mira el mundo a en el canal infantil de sus delirios, pasando de un lado a otro de la pantalla entre realidades estrafalarias donde todo menos los sentimientos son de utilería. Luego de verla, nos esperaba una maratón de medianoche, pero la mejor película del festival no lo merecía.
A Scanner Darkly (EUA, 2006) es la segunda rotoscopia de Richard Linklater y, más importante aun, una nueva adaptación a la pantalla grande de una novela de Philip K. Dick. Y es que esta técnica de animación, por más detallista que sea, poco aporta ante un visionario torbellino de paranoia, a no ser que la veamos como una alegoría de otra capa de realidad (tema clave en Dick). En este relato futurista ambientado en el presente, un estado totalitario y una sociedad adicta entablan una guerra secreta donde los papeles son simbióticos y el espionaje caleidoscópico. Fábula aterradoramente lúcida sobre las drogas y la identidad, lo más que podemos agradecer a Linklater es haber sido inteligentemente fiel al espíritu, argumento e imaginario de la obra original. Graham Reynolds también destaca al componer una banda sonora sutil e intrigante.
En un tono de comedia negra, The Bothersome Man (Noruega, 2006), de Jens Lien, es exitosa mientras retrata la aséptica, confortable y glacial sociedad nórdica. Pero luego de que el protagonista descubre que esta encerrado en un purgatorio elitista donde ni siquiera se le permite morir, la historia se vuelve tan reiterativa, estéril y aburrida como el mundo que describe.
La búsqueda por la imperfecta humanidad también esta presente en Electroma (Francia-EUA, 2006) de Guy-Manuel de Homen Christo y Thomas Bangalter, aka Daft Punk, que relatan en clave muda, nouvelle vague, y con soundtrack ajeno, la búsqueda mística de un par de robots, en un mundo de robots, por su espíritu humano. No es notable —a menudo roza el tedio—, pero se integra bien en el concepto interdisciplinar de este genial proyecto electro-pop.

En ese tono cuasi filosófico esta La silla (España, 2006) de J.D. Wallovits, un relato existencialista, absurdo y minimalista sobre la monotonía de la vida moderna. Como si Tarkovski filmara una historia de Kafka adaptada por Cortázar. Una de las joyas del festival y de lejos el mejor guión. La actuación psicótica de Francesc Garrido es excelente.

Mundos utópicos y distróficos recaen en Norteamérica, y ninguna como la de los años 50’s para parodiar el status quo. La película más hilarante del festival fue Fido (Canada, 2006) de Andrew Currie: la amenaza de los muertos vivientes es usufructuada cuando se inventan collares que los convierten en mascotas y esclavos. Todo marcha bien hasta que accidentes técnicos y sentimientos mutuos aparecen en la trama. ¡Bajadla ya!
Saliendo de la parodia y más cerca del escarnio puro, Borat (EUA, 2006) de Sacha Baron Cohen es el último especimen de comedia corrosiva norteamericana. Un mockumentary que cumple a diestra y siniestra con todas las normas de incorrección y mal gusto (e inventa otras), como si intentara desafiar con su sátira a la realidad y mostrar como aún así puede a veces ser sobrepasado por ella (por ejemplo en la secuencia del rodeo y la de la caravana). El impío guión y la desvengorzada caracterización del protagonista crean un cóctel brillante hasta la repulsión.
Para finalizar unas palabras sobre La cravate (Francia, 1957), el debut de Jodorowsky rescatado recientemente de unas sesiones golfas en Alemania. Esta adaptación de un cuento de Thomas Mann sobre una vendedora de cabezas tiene más valor como curiosidad que por su realización (que tiene un tufillo candido demasiado Marcel Marceau), aunque ya están presentes en pequeñas dosis el humor, lo metafórico y surrealista de su estilo.

Mundos paralelos

La gran decepción fue El laberinto del fauno (España, 2006), de Guillermo del Toro. Una historia plana, apta para la guardería, sobre militares malos y rebeldes buenos y una niña que es una princesa de otro mundo. Lo único rescatable es el diseño de las criaturas fantásticas. Todo lo contrario de The Fountain (EUA, 2006), la última y más exigente creación de Darren Aronofsky. Tres tiempos (años 1500, 2000 y 2500) se entremezclan como las hebras de una soga que el protagonista, en cada una de estas encarnaciones, quiere escalar hacia el amor inmortal. Misticismo aurífero que puede caer indigesto a algunos, pero cuyas imágenes alcanzan una belleza tan deslumbrante como un altar. El estilo hipnótico y obsesivo de Aronofsky florece de nuevo y se supera en esta reformulación de su germinal Pi.

En esta línea estructural esta Perhaps Love (Hong Kong-China, 2005) de Meter Ho-sun Chan, un musical en el que un amor del pasado entre dos actores se trenza con su negación en el presente y con el guión de una película cuya filmación los reúne, haciéndolos formar junto con el director un triángulo fuera y dentro de la ficción. Una película preciosista, narrada con inteligencia y sensibilidad, con una estética oriental que da predominancia de las texturas y las temperaturas.

24 viñetas por segundo
No podían faltar los filmes-comic de acción. Dragon Tigre Gate (Hong Kong, 2006)de Wilson Yip es un apabullante juego de artes marciales cuyos comandos son viejas lealtades y venganzas, amores no correspondidos y relaciones fraternales súper heroicas. El hit de la taquilla asiática no da respiro en cuanto a velocidad y acrobacia de hiper combates.

Mucho menos vertiginoso y efectivo, pero igualmente inspirado en el noveno arte, Storm (Suecia, 2005) de Mans Marlind es una fábula de atípica ciencia ficción con toda la factura de un blockbuster, donde un apático periodista se ve implicado en una salvaje persecución y debe salvaguardar un misterioso cubo, cuya seguridad no pone en juego el fin del mundo sino la solución a uno de sus propios traumas infantiles. Ambas películas para consumir con palomitas y sonido envolvente.

Documentales extremos
La sección Midnight X-treme, cuyo nombre lo dice todo, era uno de los platos más apetitosos del festival pero estaba dedicado sólo a los más noctámbulos. Sólo una noche pude quedarme de 1 a 6 de la mañana y pude ver dos documentales. S&Man (EUA, 2006) de J.T. Petty, es un descenso a las cloacas del séptimo arte, es decir al terror detrás de las cámaras, donde los cerebros más desquiciados, ya sea por patologías mentales o ecuménicas, se dedican a filmar con mirada pornográfica todas las variantes del sadismo, en cuyos limites ficción y realidad se confunden. El titulo del filme es tomado de la serie que produce uno de los personajes más inquietantes retratados, Erik Rost, bajo cuya obesa normalidad se esconde una mente obsesionada con el voyerismo, el acoso y el snuff.

No Body Is Perfect (Francia, 2005) de Ráphael Sibilla es un exhaustivo repaso filmado a lo largo de 5 años por los extremos del erotismo en el mundo, desde hoteles sadomasoquistas japoneses, clubs de orgías en Francia, espectáculos transexuales en Brasil, y un largo etcétera que involucra el placer en sus formas más punzantes, llámense cirugías bizarras, fakires postmodernos o automutilación. Un catálogo de transgresiones que no descubren nada nuevo pero no siempre pueden verse tan abiertamente en la pantalla.

Algunas que quisimos ver (encargos a Emule)
Renaissance, Venus Drowning, Time, Páprika, All The Boys Love Mandy Lane, Tokyo Zombie, Woman Of Mud, Sangre De Vírgenes, Oily Maniac, The Cabinet Of Dr. Caligari (2005), Strange Circus, Re-Cycle, What Is It?, Crickets

Cabaret Mistico
En un paréntesis de celuloide, Jodorowsky se plantó en el escenario a recibir el homenaje Máquina del Tiempo, mientras habla de lo arrugados que están sus calcetines. La audiencia entró en trance con el humor e inteligencia de este ilustre cineasta y escritor, que mostró su poder de terapeuta produciendo en la numerosa platea que esperaba ser víctima de algún acto psicomágico. El clima de máxima intimidad psíquica creado nos confirma su dominio del poder de la palabra cuando toca las huellas de la memoria colectiva. Creativo y afrodisíaco, el Cabaret Místico de alguna forma te desnuda y lo disfrutas.

19.9.06

Para leer colocado


Acabo de leer uno de los libros que más buena impresión me han causado en los últimos tiempos, y que vino a mi desde Colombia gracias a Carlos "Licántropo" Tálaga. Hablo de Opio en las nubes, de Rafael Chaparro Madiedo. Una novela que puede tener muchos defectos de contrucción, matiz y sutileza, pero que deslumbra por la poética psico-urbana, por su permanente gramática al borde de los sentidos, por sus imágenes incendiarias, etilicas y delicadas, por todos los fantasmas del rock que cantan detrás (diría en sus lavabos ensangrentados, para contagiarme de su lexis), y en general por ese buen cocktail que hace de Burroughs, Arenas, Lowry y Salinger, dando un paso más allá del Que viva la música, de su antecesor Andrés Caicedo. Si quieren un examen más detallado del estilo del Chaparro, les recomiendo este link (aunque no estoy de acuerdo con su conclusión anti-"adolescente").
Y ésta me temo es sólo la punta del iceberg de las maravillas que esconde la narrativa colombiana. Otro de los pantanos donde me quiero introducir (suavemente).

3.9.06

Invitacio



Mi primera colectiva internacional no podía dejar de tener una invitación en otro idioma:

Trenta joves artistes digitals ens presenten, per mitjà dels seus treballs, una mirada eclèctica en la qual conflueixen temes de contingut social, obsessions subjectives i investigacions sobre els límits tècnics i estètics del mitjà. La mostra vol generar un espai d'acció que permeti desmitificar el paper del medi digital com un fet aliè d'experts i per experts i replantejar-lo com un fet quotidià


Cachai?

29.8.06

Paginas en el metro



Felizmente han llegado los días en que ha aumentado mi consumición de libros y del metro (aunque no tanto como en los buenos tiempos Lima-combi). Sólo para el recuento enumero los títulos que he estado leyendo las últimas semanas:

La ciudad de los prodigios (Eduardo Mendoza). Hace mucho tenía pendiente esta novela seudo histórica que todo amante de Barcelona que se precie debe leer. Lo que más me gustó fue ese feeling a lo El Padrino que sugería el esplendoroso ascenso de Onofre Bouvilla. Lamentablemente, el rudimentario y poco convincente inventario de su caída no esta a la altura de la primera parte del libro.

Contacto (Dennis Copper). Decepcionante, banal, aburrido y monocorde. Equiparable a lo peor que se haya hecho en el Cinema de la Trasgresión. Seguiré buscando al Richard Kern de las letras norteamericanas.

El gran cuaderno (Agota Kristof). Realmente no tenía ni aún tengo mucha información de esta novela, de la que no había escuchado hablar hasta que Myrna me la dio. Relato maldito, cruel y casi abstracto en su planteamiento narrativo, que sin embargo retrata como pocos los horrores de la Guerra. Lo mejor es la construcción de esa voz bicéfala encarnada en lo niños gemelos protagonistas, verdaderos ángeles de la muerte (o la sobre vivencia) producidos por la locura bélica.

Cosas que debes saber (A.M. Homes). Otro gran descubrimiento, que abre mejor la veta de narrativa norteamericana en la que me pienso zambullir, de la mano del Top 25 realizado por Rodrigo Fresán (a explorar ya vía Amazon con mi primer sueldo). Escuela Cheever, como no, pero que roza las brillantes intuiciones poéticas de Clarice Lispector, bajo un manto de sordidez Ian McEwan (al menos del primero, que es el que he leído) y surrealismo gringo a lo Lynch. Bueno, no es difícil adivinar que este ultimo referente, ya tópico al referirse a ella, fue lo que me incitó a leerla, pero también debo confesar que ayuda mucho la oscura y tierna belleza de la escritora. Un universo propio, vamos, en el que maravilla y reconforta introducirse. Dicen que The End of Alice es espeluznante. Ya les contaré.

3.8.06

Cumpleaños


Otro aniversario más, que celebré con una modesta y contundente felicidad, sin efervescencias ni nostalgias, sin excesos ni expectativas. Este fue mi primer día a los veintionce años: desperté tarde mi primer regalo fue de Myrna, que me sorprendió con el Bolaño por sí mismo, ¡traído desde Chile mismo! Luego desayunamos a mediodía (un lujo debido a mi actual condición de empleado) un capucchino con torta de manzana , y nos preparamos para ir a la playa. Ella cocinó filetes de atún con pimientos y yo me encargué del cava y del vodka. Fuimos a La Musclera, una hermosa playa nudista en Caldes d´Estrac que nos recibió con un mar azul , un oleaje generoso y muchos cuerpos para ver mientras brindábamos y nos dábamos chapuzones en pelotas. Antes de irnos un martini en el chinguirito y por la noche, ya en Barcelona, cena en un buffet japonés del Borne, donde Myrna me introdujo a la fascinante experiencia del wasabi (Pauls revisitado). Creo que ha sido uno de los cumpleaños más atemperados y deliciosos de mi ya no tan corta vida. No hubieron muchas felicitaciones y fue más bien retirado y romántico. Es cierto que un cumpleaños es también una ocasión para hacer un censo de nuestra vida social, pero ya a estas alturas no me engaño y me siento más que satisfecho con la autocelébración.
Al día siguiente, me quise regalar un libro y entré en una librería con ánimo de explorador. Sin ningún título en mente, y más bien con ganas de dejar al azar y la intuición recomendarme algo, terminé con un hermoso diccionario de aforismos: Breviario de la aurora, de Rafael Argullol, autor que no conocía pero que luego recordé Malena Martínez me comentó hace muchos años con motivo de una visita del escritor catalán a Lima. Les regalo una de las 360 anotaciones:

"FELINO: Lento, lento, hasta llegar a ser el más veloz".

18.7.06

Aderezos picantes



Luego de mucho tiempo deseándolo, pude leer Wasabi, novela que puso a Alan Pauls en el Olimpo de los escritores hispanoamericanos de hoy en día. De Pauls había leído antes El pasado, libro premiado por el Herralde cuyas maratónicas casi seiscientas páginas, sin o recuerdo mal, fueron uno de los últimos retos de lectura de larga distancia que me he permitido. Y no lo digo por la extensión en sí misma, sino porque creo que a partir del segundo tercio uno sigue leyendo con la esperanza insatisfecha de encontrar algo de la brillantez que se encuentra en la primera parte de su novela. Y es que Pauls es dueño de una de las mejores prosas en castellano, sin duda, pero también es víctima de ella, enredándose en elegancias y sofisticaciones que pueden entusiasmar al gramático pero hastían al lector prematuramente emocionado.
Con Wasabi, novela cuatro veces más breve, me pasó algo similar. Desde ya, me encontré con una prosa tan enmarañada y sugerente como la de mi anterior lectura. En un principio me esperaba algo más cercano a un descenso pesadillesco (como anunciaba la contraportada) que a una sátira lisérgica, pero ahora veo obvio que lo último le va mejor a un estilo virtuoso en frases largas y acrobacias barrocas. Hay genios que pueden hacer todo eso a la vez, como por ejemplo Onetti, a quien se ve a leguas Pauls tiene como maestro en su predilección más por las comas que por los puntos finales, pero no es éste el caso del escritor bonaerense. El aguzado oído y la facilidad para la narración ondulante de Pauls es remarcable, pero su propio estilo, que funciona a la perfección en comedias negras como la falsamente espeluznante Wasabi, lo hace fracasar en odiseas sentimentales como la de El pasado. No puedo evitar pensar en las contorciones faciales de Jim Carrey, cuyo limitado registro no daba trazas de cambiar hasta que aparecieron Man on the Moon y sobre todo la asombrosa Eternal Sunshine of a Spotless Mind. Esperemos que en su próxima obra a Pauls le alcance el talento para ampliar con mejor fortuna, es decir con más sensibilidad y menos (o igual) ironía, su registro.

11.7.06

Noches de cava y arte

Barcelona siempre tiene sorpresas. Uno va a la inauguración de una exposición con la idea de tomarse unas copas gratis y ver algo ultra cool que ronda con sus más elevados intereses fetichistas, y termina en unas series de esculturas-calzado que como máximo podrían adornar un sex-shop o una tienda de bromas. Otra semana pueden ser las inauguraciones simultáneas de dos destacados ilustradores nortemericanos, como Gary Baseman y Tim Biskup y regresar a casa con una deliciosa embriaguez marca Freixenet y Absolut, una entrevista escarpada con el (a mi juicio) más interesante de ambos artistas, dos revistas de tendencias y una recomendación cinéfila del actor porno Nacho Vidal. Todo gratis.
A propósito de ese último jueves, quisiera anotar algo sobre el arte de Baseman, artista consagrado de la ilustración (¡de esa élite que llega a ver plasmados sus dibujos en juguetes!) cuya ascendente carrera imposibilita contemplar su encasillamiento (“—Siempre estoy viendo adelante, haciendo cosas nuevas” —¿Cómo que? —Silencio nervioso”) a no ser que unas copas avanzada la noche le hagan reconocer lo contrario (“—Recién estoy comenzando. ¡Lo que quiero es dominar el mundo! —¿Qué dices? ¿Qué mundo? ¿El del arte, el de la política? —“Quiero tener todo el dinero y todas las chicas!”). Ya desde la primera pregunta me di cuenta de que Baseman no era un artista al que le guste discutir y darle vueltas a las cosas. Para el todo es claro y superfluo. Todo se piensa y se zanja con la misma diferencia de tiempo que separa sus autógrafos a los fans de sus onerosos cuadros: es decir casi nada. No quiero decir que no me guste su arte, suficientemente atractivo y personal para que me monte ideas sobre la inocencia vestida de sordidez (apuesta mas original que la manida fórmula contraria) o sobre la peculiaridad y atractivo de su universo, pero verlo hacer rápidamente en los cuadernos de sus admiradores dibujos que no tenían mucha distancia con las pinturas que vendía hasta casi cuatro mil euros me descorazona.

Lo mismo podría imaginarme una serie de clones del artista vestidos de verde pistacho, inaugurando muestras alrededor del mundo y dibujando autógrafos en páginas y pieles de bellas e igualmente ebrias adoratrices. A su lado, las pinturas de Biskup sonríen de manera ingenua: meros ejercicios que repasan la historia de las vanguardias bajo una pátina de estilo propio o juegan de saco con la ilustración más comercialmente subversiva e irónica. De pronto se me mezclan los recuerdos y lo asocio con el título de la porno de Vidal y concibo Baseman y sus esclavas. ¡Y entonces me doy cuenta de que en verdad quiere conquistar el mundo! ¡Baseman como el monstruo vestido de top-ilustrator que por un inexplicable designio Biskup dibuja! ¡Un virus se expande por Barcelona! ¡Si follas dentro de las seis horas posteriores a ver un dibujo de Baseman caes en sus redes y te conviertes en un modernito! ¡Y Nacho Vidal debe regresar al porno para liberarnos!

9.7.06

Primavera Sound: Sábado




El último día de comenzó con una infructuosa búsqueda de alguna droga estimulante con la que combatir la predecible fatiga que me encontraría en la peregrinación festivalera. Podía seguir intentándolo, pero eso hubiera significado llegar tarde a las primeras citas infalibles del día:

19.30 pm. Shellac. Una de las cosas inexplicables de la programación de las salas (el año pasado pasó lo mismo con Echo & The Bunnymen) fue ver a un grupo punk como éste en el auditorio mientras una retahíla de practicantes de la vertiente más suave del rock-folk-country-pop (en sus versiones más puras o mezcladas) tocaba al aire libre ante un auditorio que hubiera hecho un mejor uso de las butacas que pararse sobre ellas. Steve Albini trató de paliar esto invitándonos a acercarnos al escenario, pero: 1) o es tan genial que nos usó para hacer más asordinado aún su sonido, o 2) no previó que así malograba lo mejor que nos podía ofrecer tan desafortunada locación. Más allá de esto, el concierto fue una brillante demostración de lo que se puede hacer con una estética tan minimalista: que una o unas pocas canciones suenen increíbles y que en un lapso mayor de tiempo todas las canciones se parezcan. No soy un seguidor acérrimo de ellos, pero su música siempre me ha parecido como enlatada, no en el sentido de masiva, obviamente, sino pensando más en los alimentos que se llevan los soldados, exploradores o astronautas: algo expresamente esencial y desabrido. Como contrapunto, eran una de las bandas que más he visto conversar con el público, invitándonos a hacerles preguntas y mostrándose relajados y abiertos. Situaciones así hacen que surjan preguntas desconcertantes (el propio Bob Weston dijo no haber escuchado nada igual), como que un espectador le pregunte a la banda si le gusta el público (¡plop!).



20.10. Televisión Personalities. Por segundo año consecutivo no tocó.

21.20. Lou Reed-Deerhoof. Esta momia del rock podría haber sido un buen candidato para el auditorio. Como me imaginaba, a la tercera canción una mezcla de aburrimiento, lástima y desprecio me hicieron movilizarme para ver a un grupo que al menos representaba un signo de interrogación.



Así pues, enrumbé hacia el escenario más prometedor del festival para ver a Deerhoof, una banda de rock experimental de San Francisco de la que alguna vez escuché algo (creo que el Reveille), pero que (ahora lo recuerdo) borré de inmediato del ipod ante la indigerible voz de Satomi Matsuzaki. Luego de No-Neck Blues Band o Animal Collective, estos me parecieron unos desquiciados sin inspiración, o al menos con una que yo conecte. Simplemente hacer hora para ir luego a Surfin’ Bichos, concierto que prometía buen pop y sobre todo una audiencia enamorada.



22.55. Surfin’ Bichos. Una de las reuniones más soñadas del indie español era obviamente punto álgido de curiosidad para un foráneo, que los había escuchado y sobre todo oído cantar a sus compañeros de piso. Lo que más me gusta de la banda, que por otra parte no ofrece otra cosa que un excelente rock melódico, son las letras de Fernando Alfaro, uno de los más grandes escritores del rock hispano. Poeta, narrador, músico y, para mayor mitificación, ex-heroinómano, Alfaro es una de las personalidades más interesantes a nivel de pathos creativo de lo que he escuchado en el rock de nuestra lengua. Con su toque surrealista y maldito, tiene esa capacidad intima y épica tanto de hablar a las vísceras del oyente solitario como de hacer cantar himnos a las multitudes. Y eso fue lo que pasó en el concierto, pura devoción rescatada doce años después al son de las potentes melodías y confesiones de ángel caído que caracterizan a la banda. Como un Leopoldo María Panero con guitarra eléctrica, exorcizando las voces que lo hacen caer en el fango, Alfaro recitaba versículos tocados por la locura y la culpa, y los fanáticos los coreaban como si presenciaran una verdadera resurrección. Estar en medio de tanto fervor y, aunque no sabía las letras, poder entenderlas, o al menos sentir tu idioma resonando en el aire con la mejor poesía y bajo una llovizna gentil, fue fabuloso. A bajarse sus discos, sus letras y, si pueden, conseguir un volumen de poemas y relatos que tentaba mucho en un stand de homenaje al que jamás regresé.



00.05. Violent Femmes. Tampoco conocía de ellos sino el Add It Up, una recopilación, y el histórico primer disco homónimo. El concierto ya había comenzado cuando llegué y, sinceramente, me sorprendió lo colosal que se escuchaban. Obviamente el tamaño del guitarra Brian Ritchie ayudaba, pero oyéndolos en vivo uno tiene una impresión muy diferente a la que dan los discos, como si su música fuera un genio que se libera de su botella fonográfica y respira huracanado, barriendo con vigor sonoro, y con la ayuda del público sacudido, la mortaja que Lou Reed echó en el escenario. Rock con toques de folk y bluegrass, de parte de unos tíos que parecían venir de una barbacoa con ganas de montarla a punta de frenéticas melodías que, tomándoselo con calma, salpicaban de sus dedos. No fue fácil despegarse para ir a ver a Stereolab.



01.10. Stereolab. Entre los grandes nombres que brillaban en el cartel estaba el de esta prolífica y seductora banda, de la que no soy ni seré experto, aunque si agradezco al cielo el haber visto moverse y cantar en vivo a Laetitia Sadier, una de las mujeres más sexys que se pueden encontrar sobre un escenario. Lastima que hayan competido con un grupo como Gang Gang Dance y que, dado su frío y calculado preciosismo, en realidad verlos en vivo y escucharlos en cd no tenga tanta diferencia (dejando fuera a la ondulante Laetitia, claro). O tal vez estaba empezando a sentirme cansado y necesitaba algo más estimulante, así que después de unas pocas canciones (brillantes en muchos sentidos), fui en busca de otra de las perlas de la escena experimental neoyorkina.



01.30. Gang Gang Dance. ¿Cómo entrar en un trance cuando ya se esta preso de otros como el cansancio, las horas de sobredosis musical, la post-pscicoactividad, las faldas cortas, la piel rosada y, otra vez, el cansancio? El túnel que nuestro pensamiento debería atravesar se rompe por los diversos diámetros de piezas que no engarzan unas con otras. Al menos este endeble estado mental es la explicación que encuentro para la impermeabilidad que mi cerebro registra en el registro de esas horas. Pero lo que sí se es que estos meses voy a estar escuchando mucho de lo que hacen y han hecho Animal Collective, Excepter, Black Dice, esta banda y otras más que espero descubrir dentro de esta categoría de médiums de ritmos primitivos tras una pátina psico-tropo-technológica, estos rastreadores de cadencias musicales casi a punto de borrarse en las cuevas sumergidas de la humanidad. Canciones para bailar inmóvil y cayendo. Canciones robadas de las que los demonios bailan en su tiempo de ácido relax.

02.15. Mogwai. Una de las bandas más esperadas del festival dio cátedra sobre lo que es la elegancia noise. Debo aceptar que los traslados de mi cuerpo de escenario a escenario ya empezaban a cobrar factura, y no faltaron alarmantes pestañeadas en los momentos más delicados del concierto, pero tenía que sobreponerme, era el la cima del festival y después ya me podría permitir cualquier tipo de derrumbe. Con shots de tequila y cigarrillos que me invitaban, trataba de esquivar esos charcos de ojos cerrados que se iban multiplicando en el transcurso del directo. Vestidos con cazadoras verdes, presumo de algún equipo de fútbol escocés, los de Glasgow expandieron sus redes de cuerdas post-rock tejiendo de deshaciendo texturas de excepcional belleza. Delicado y poderoso a la vez, su concierto fue una marea impecable de ruido y filigrana, demostrando la plena madurez de una de las bandas que han sabido, si no ampliar, al menos cubrir más extensamente la paleta hipnótica de las guitarras espaciales.



03.00. The Boredoms. Tal vez la mayor curiosidad del festival. La fama de caos y salvajismo que los precedía, aunada a la dosis de caos y salvajismo que precede a cualquier grupo japonés, colapsó ante lo que no parecía ser más que una banda de bateristas, brutales eso si, pero armoniosos. Buen cambio de densidad instrumental luego del concierto anterior. Lejos de cualquier amago de disonancia, la banda de Kyoto estaba más cerca al ritual vudú, pasado por un filtro kraut-rock, que al snuff sádico e hiperviolento exportado por John Zorn. Pero el público, como yo, distaba de sentirse tribalista y se conformaba con el espectáculo de estos ex demoledores de la estructura musical, ahora devenidos en una especie de Tortoise en peyote, mucho menos aleatorios de lo que su fama auguraba.

8.7.06

Primavera Sound: Viernes

Suerte de pasar un par de latas de cerveza y de encontrarme media botella de vino.
Suerte de tener un ácido en el bolsillo.
Suerte de no entrar a escuchar a La Buena Vida por exceso de cola y anticuerpos.
Suerte de encontrarme a Wayne Coyne caminando y que me autografíe el rostro impreso de Lou Reed.
Suerte de que Bea tuviera barra libre por pinchar vídeos. Suerte... etc., etc., etc.


19:10. Yeah Yeah Yeahs: Por más admiración que me cause, ya tenía claro que Mick Harvey iba a ser sacrificado por la atracción eroto-vocal que siempre me ha producido la actual novia de Spike Jonze. Y no me arrepiento. Ver a Karen O (ese híbrido de los dotes sexuales de Lydia Lunch y vocales de Siouxsie Sioux) rugir como una bruja endemoniada y moverse como una puta algo colocada modelando sobre el escenario, y ver además a Nicolas Zinder tocando la guitarra con la cólera gótica de un enfant terrible —tal vez tratando de trasladarse en el tiempo y en las bandas a un primer The Cure—, pintaba mucho mejor que intoxicarme de melancolía y acabarme la petaca demasiado temprano con las otoñales melodías del insigne Bad Seed (aunque espero verlo en otra oportunidad).

21.20. Killing Joke: Nunca los escuché mucho, y la verdad luego de su presentación me limitaré a respetarlos como una banda de hallazgos seminales en los primeros ochentas —en el limite entre el new wave y del heavy metal— pero con poco que decir ahora que el juego de espejos se extiende por mas de dos décadas y su sonido ha derivado en la vertiente menos inspirada de la segunda generación de sus propias influencias. Paso completamente de ver de nuevo las lamentables poses de Jaz Coleman: un loco salido del asilo que se cree Ozzy, con intenciones fantasmales pero que sólo nos asusta con sus saltitos y pasitos sin ritmo. A bailar Love Like Blood y punto.



00.00. ESG. Menos mal que ya había visto a Dinosaur Jr. y no me lo pensé demasiado para ir a ver a la vertiente más rítmica del no wave. No las conocía mucho, la verdad, pero uno de los mejores momentos del festival fue sin duda el ver y escuchar a las hermanas Scroggins, sus hijas y el rap latin post punk, sexy y cadencioso, que nos hizo bailar con una lección de ritmo y minimalismo al que le debe aún mucho el hip hop y el trip hop y cualquier género que se alimente de vocales acariciantes y ritmos explosivamente voluptuosos. Solamente ver moverse a Chistelle, hija de alguna de ellas, ya emocionaba. Su exuberante sensualidad, el canto felino y las tres notas aprendidas en una guitarra que a todas luces tocaba cuidando la manicura, fueron suficientes para rendirnos y pedir más. A ver a estas mininas dondequiera toquen!!!



01.05. Sleater-Kinney. Siguiendo con las bandas femeninas, al terminar el show fui rápido a ver a este trío de riot grrrl’s, recientemente separadas, que prometió y cumplió. Cosa seria: indie rock con las cuerdas afiladas, políticamente comprometidas e instrumentalmente intensas y cerebrales. El concierto fue una buena oportunidad para dejar que bajen las pulsaciones y recibir un poco de la distorsión y melodía que el día anterior nos había dado Yo La Tengo y al siguiente nos daría Mogwai. Una lástima que a menos de un mes se hayan separado, cuando todo auguraba un revival. Buena recomendación para universitarias que no hayan sido contaminadas incurablemente por la trova.



02.15. The Flaming Lips. Sin duda el espectáculo del festival. Antiguos y nuevos fans gozamos de la explosión circense que lideraba un Wayne Coyne peligrosamente cerca del megalomaniaco Bono. Con una banda chicas astronautas y papa noeles a cada flanco, Coyne se desenvolvía como todo un anfitrión en el show surrealista que tenía preparado, lleno de luces irisdiscentes, fuegos artificiales, disfraces inesperados, guantes gigantescos y guapas guiris deslizándose sobre las manos alzadas del publico, que gritó y saltó coreando como no vi repetirse en ningún otro concierto de lengua inglesa. Euforia ácida con Fight Test y clamor sordo con la reciente The Yeah Yeah Yeah Song (curiosamente Coyne fue un espectador escondido en el concierto de la casi homónima banda neoyorkina), entre otros temas de su ultimísima etapa, siempre de la mano de unos visuales impecables, se convirtieron en el inmejorable clímax del viernes. No puedo dejar de pensar, sin embargo, en cómo serían con menos teatro y más energía musical.



03.00. Animal Collective. No podía haber mejor destino para el viaje de los labios flameantes que esta banda que hizo un tour por su universo melódico completamente alienígena. Y es que al escucharlos era como leer poesía: en lugar de movernos con ritmos que nuestro cuerpo reconoce y ante los que reacciona, teníamos que identificar primero cuál era esa cadencia escondida en el caos de sonidos, ese hilo conductor de pura magia y locura, difícil de reconocer pero perceptible y responsable de ese tenue sentido de unidad de las centrífugas canciones. Escarbar y escuchar las repeticiones mutantes era un trabajo detectivesco y fascinante, un film noir experimental ambientado en la granja siniestra del inconsciente, en el que el investigador encuentra maravillado su propia perdición. Extraviados en el la hipnótica niebla musical que emanaba del escenario, uno podía aceptar el fin de la segunda noche y regresar medio zombie a casa, o perderse poseído en las pistas de baile (a esa hora pinchaba Alexander Kowalski), pero de cualquier modo era dueño de la satisfacción infalible de haber recibido lo mejor al final.

10.6.06

Fantasmas de porcelana


Hago un paréntesis para comentar un libro que traje de Lima y acabo de leer: El picadero, de Adolfo Couve. Últimamente Chile ha estado mucho en mi mente, así que decidí seguir una vez más el cabo circunstancial que dirige mi consumo cultural y cogí el pequeño volumen. No recuerdo bien cómo llegué a él, pero adivino que fue por la conjunción de un viaje de mi padre al país del sur y por mi

búsqueda de joyas latinoamericanas escondidas. Y la narrativa de Couve así lo es, perteneciente a una pequeña e inexacta isla de narradores-poetas o formalistas introspectivos que escapan al paradigma del realismo social, junto a Maria Luisa Bombal y, por lo que he averiguado, a otros como María Carolina Geel o Erich Rosenrauch. El picadero es una novela breve sin hilo conductor, compuesta por capítulos independientes que se centran en cada uno de los personajes, bajo el trillado marco de una decadente clase alta. Puede estar lejos de ser una obra lograda, pero no por eso deja de ser interesante, sobre todo por la precisa y sugerente (diria incluso Schwobiana) prosa de Couve. Con un tono melancólico y reflexivo, propio de un escritor comprometido con la nostalgia, Couve retrata delicadamente —valga la mención que fue también pintor y profesor de Bellas Artes (el cuadro arriba, Balneario, es suyo)— las quebrantadas vidas de sus acomodados protagonistas, todos marcados por el corsé de su existencia palaciega y el rumor cercano del lado salvaje. Cada personaje principal, Angelino, su madre Blanca Diana y su esposo Souza, tienen un doble prohibido, amado —el amigo enamorado, la hermana perdida, él mismo en su doble vida—, que vive los limites por ellos y cuando se destruye hace los mismo con sus vidas de porcelana. Todos están escindidos fatal y crepuscularmente y lo que queda de ellos es una bruma pálida y polvorienta que la prosa de Couve dibuja magistralmente. Si bien su prosa es contenida, apacible, preciosista en algunos momentos y en otros recatada y analítica, guiada más por el gesto poético que por la psicología o sociología; más cerca del croquis que del detalle.
Para ahondar un poco más en este interesante outsider de la literatura chilena (a cuyo psicoanalista mi amiga chilena coincidentemente conocía) recomiendo el artículo de César Aira. Y los dejo con dos frases de esta extraña y modesta nouvelle:

"Cuando una relación va a ser duradera, el encuentro toma los visos de una fatalidad y uno no se resiste porque sabe que a esa persona la ha conocido en el futuro."


Si mis labios hicieron justicia a tanto desvelo e imprimieron en los suyos un beso, fue solo en sueños. Sueño dentro de un sueño, hijo dentro de otro ajeno, viejo amor dentro de uno nuevo.”

8.6.06

Primavera Sound: Jueves

Después del tour de force de peregrinaje melómano a lo largo y ancho del Forum; después de días que la música te empujó a los extremos de la euforia y de la fatiga, empujando hombros y surcando multitudes en camino hacia el escenario; después de un fin de semana donde tu única preocupación era hacerte un bocadillo, esconder bien alguna lata de cerveza o la siempre salvadora petaca, descargar fotos y vídeos, y trazar una ruta mental en el menú de conciertos; después de una siete jornadas en las que el Primavera extendió sus alas trayendo nombres nuevos y conocidos, vistos y no vistos, esperados, sorprendentes, insulsos; después de una de las citas musicales más paradisíacas y mágicas del año, irrenunciable ahora y en muchos años por venir; después de todo eso, aunque parezca mentira, es decidirse a escribir. ¿Qué debo contar? ¿Se puede describir lo que sentí, vi y oí en cada concierto? ¿O al menos en algunos? Y si es así, ¿cuáles? ¿Y vale la pena hacerlo? Bueno, ya veré que pondré, como siempre, por lo pronto comenzaré con el primer día, ese aperitivo que este año fue mucho más apetitoso que el pasado.


La catárquica presentación de los australianos The Drones fue una excelente forma de comenzar el festival. Una bajista alta, guapa y con cara de mala —Fiona Kitchin— era un buen incentivo para ponerse delante, pero su impávida actitud la oscurecía ante la energía del líder de la banda, el guitarrista y cantante Gareth Liddiard. Si bien la música no salía mucho de los moldes del garage sónico, la interpretación de Liddiard le da un toque inconfundible a la banda, con un desgarramiento palpitante, un fraseo visceral que lo asemeja a las arremetidas guturales de un temprano Nick Cave. Imprescindible bajarse sus dos discos y aguardar por el pronto lanzamiento del tercero.
Otro concierto memorable fue el de No-Neck Blues Band, banda de culto neoyorquina cuya comparación con The Residents por el anonimato riguroso de sus miembros y el eclecticismo experimental de su música me hizo preferirlos a los también atractivos Castanets y Meu. Sus conciertos —suelen preferir las calles y los parques a cobrar en un club—, son también remarcables. A diferencia de The Drones, que es exorcismo personal, esto es chamanismo psicodélico. Un acto en el que el intercambio y uso insólito de instrumentos, así como el uso de instrumentos insólitos (llámense bolsas de basura) me trasportó sin drogas ni nada a una atmósfera hechicera, como nunca había vivido desde que vi a los Jacky-O-Motherfucker. Música de trance, con toques de noise, free jazz, folk bizarro, música incidental, etc., que llenó el escenario Danzka CD Drome —de lejos el espacio más interesante en cuanto a riesgos y descubrimientos del festival— de sonidos que eran ingredientes cayendo a la pócima alucinógena que se preparaba en tu cerebro.
No soy fan de Motörhead, pero luego de este concierto me pasé a chequear cómo iban Lemmy y compañía. Verlos en tan buena forma y con un sonido tan aplastante, potente, compacto, y no tan mecánico como uno podía esperar, fue un placer, en especial cuando estabas rodeado de viejos y jóvenes metaleros/as, todos con las camisetas de la calavera humeante, las botas en punta y las cazadoras vaqueras llenas de parches.


Pese a tan buenos predecesores, nada me había podido hecho imaginar lo que sería el concierto de Yo La Tengo, sobre todo considerando su decepcionante presentación el año pasado en Benicassim. A diferencia del recital introspectivo y delicado de esa ocasión, el concierto de ayer fue brutal y orgásmico. Me he vuelto a enamorar de este grupo. Y no me cabe duda que Ira Kaplan es el mejor guitarrista sónico vivo. Ese día nos hizo pasar, hit tras hit, por retorcidas cumbres de distorsión lírica, solos que se extendían con una intensidad explosiva hasta desaparecer y regresar son más a un arpegio delicado. No puedo describir lo que es ver cómo se desata esa pasión por las texturas más escarpadas de la guitarra eléctrica, ese toque flamígero de cuerdas que va fluctuando entre truenos y chillidos, llenando tu cerebro hasta que tú también sientes que vas a estallar de una alegría fascinada. Porque pese a todo el salvajismo desplegado, Yo La Tengo es un grupo luminoso, no destructor y oscuro como Sonic Youth, sino efervescente, solar, y en sus mejores momentos, como ése, extático.


Mención deshonrosa merecen los infames Baby Shambles, con la estrella de tabloides Peter Doherty a la cabeza. Rock de molde barato que sólo puede convencer a descerebrados y desorejados. A su lado I’m from Barcelona podía resultar tragable, de no ser porque su presentación parecía un anuncio de Telefónica, con un pelotón de freakies saltando felices y coloridos en el escenario sin aparente justificación musical, ya que se escuchaban como cualquier cuarteto pop, muy lejos del sonido coral de los Polyphonic Spree. Para colmo de males, tocaron dos veces su vomitivo hit homónimo.

1.6.06

Dark Country Rocks!



En el medio de las anodinas presentaciones de Skimo y Jody Wildgoose, el concierto de Elliott Brood de ayer brilló no sólo por el intenso country que los caracteriza, sino por el inesperado buen humor, sencillez y complicidad con el público del trío canadiense. La verdad, a partir de su disco Ambassador —que dice la leyenda fue grabado en un matadero— yo me esperaba a tipos más graves y siniestros, una suerte de heraldos de la muerte que usaban el banjo como guadaña. Lejos de eso, se mostraron como unos chicos alegres y buena onda, contentos de estar tocando en un pequeño club de Barcelona ante una audiencia igual de agradecida. El ambiente ganó intimidad rápidamente, no faltaron las palmas y los aullidos al son de las cuerdas rítmicas de un eufórico Casey LaForet o de los gritos extáticos de Mark Sasso, quien se hacia cargo como podía de la imagen oscura del grupo contrapesando el entusiasmo de su compañero con un poco de seriedad, luto y el insigne banjo (que por otro nada tenía de pintoresco como instrumento frente a la valija que Steve Pitkin usaba como bombo). Más apolíneos, en definitiva, de lo esperado, durante alrededor de una hora los Elliott Brood iluminaron la noche con sus autodenominado death country, es decir con canciones que nos transportan a los paisajes sepias del western, con muchos cráneos de buey, sombras de buitres sobre la arena del desierto, noches de hogueras solitarias, pueblos fantasmas y cementerios en bonanza. Antes y después de su presentación los podías ver tomándose una cerveza entre el público. Gracias a eso pude pedirles su email, y ya estoy esperando que acabe este loco fin de semana para prepararles una buena entrevista.



Esta noche tengo mucha curiosidad por ver a los No-Neck Blues Band y a The Drones, además claro de repetir (¡vaya lujo!) a Yo La Tengo. No se sorprendan de que no vuelva a escribir nada hasta la próxima semana, que comienza ya el tren exclusivo de conciertos, sueño y alimentación.

31.5.06

Primavera Sound II


Es extraño como cada persona (y cada cultura, si vamos al caso) mide el tiempo con una o varias marcas distintas, y sin duda debe de haber muchos como yo que lo hacen de acuerdo a los festivales. Creo que el primero que me reveló el paso del tiempo repitiéndose fue el BAFF, pero como no lo viví del todo el año pasado y no estuve aquí cuando tuvo lugar este año, ha sido el Primavera Sound el que me ha traído el beat de las estaciones. Ya hace un año que asistí al primer festival de música de mi vida y más tiempo aún de que mi vida dio un vuelco y se transplantó a las orillas del Mediterráneo. Hace un año que cumplí uno de los primeros sueños que traía en la maleta, ver a Iggy Pop (con el añadido de los Stooges), además de rendirme al directo inesperado de Gang of Four.
Este año no hay tantos nombres estelares como el pasado, pero no por eso el cartel ha bajado en calidad. Elliott Brood, Motorhead, Yo La Tengo, No-Neck Blues Band, Yeah Yeah Yeahs, Killing Yoke, Dinosaur Jr., Flaming Lips, Mick Harvey, ESG, Animal Collective, Mogwai, Lou Reed, Big Star, Shellac, Stereolab, etc., son algunos de los nombres que me llaman más la atención. Quizás no lleguen al nivel de fanatismo que Sonic Youth, Mercury Rev o Echo & The Bunnymen (o tal vez si, y es que un año de conciertos mas o menos intensivos ha reducido mi entusiasmo de recién llegado), pero igual dan una razón más para alegrarse de tener un evento así “en casa”.
Una de las grandes mejoras del Primavera de este año ha sido sin duda los tres días de conciertos previos que comenzaron el lunes, llenando maravillosamente toda una semana de conciertos. Es cierto que pudieron haberlos programado en la sala Apolo y no en La [2], que puede ser muy chic como discoteca pero es infame para rock en directo. Los primeros en sufrir esta miniaturización de su sonido fueron The Bellrays, cuyo fuerte sonido hard soul reclamaba (además del insoportable calor) un espacio más abierto. Fue una verdadera sorpresa descubrir un día antes a esta banda californiana, que me recordó mucho a unos Dictators, pero suplantando el feeling rockanrollero de Handsome Dick Manitoba por el soul de Lisa Kekaula (ambos estuvieron juntos, coincidentemente, en el tour reunión de MC5). Además del sonido vintage setentero, las pintas de los músicos también remiten a íconos del mundo del rock: imaginen la pinta del bajista y mente de la banda, Bob Venuum, y del guitarra, Tony Fate, como dos creciditos Garth y Wayne, la pareja de freakies de la película protagonizada Mike Myers. En general un directo emocionante y cañero, que me hubiera gustado disfrutar (y bailar) en alguno de los escenarios abiertos del Forum.
Ayer fue el turno de Anneleis Monseré (a quien no vi), Troy Von Balthazar y Experience, todos nuevos para mí. El que más me gusto definitivamente fue el segundo, otro freak que con solo una guitarra, un sintetizador cutre y una pedalera hace un indie rock que si lo escuchas distraído puede parecerte bonito y honesto, pero que en verdad (y más obviamente en directo) no hace más que parodiar esas cualidades, valoradas hasta el asco en ese seudo género. El personaje de TVB (imposible desligar de su actuación el elemento performance) es un nerd de camisa y corbata que se ríe de sus propios chistes, no tiene amigos (ni nadie que quiera tocar con él), y tiene la mala suerte de cantar gesticulando como Joe Cocker. Pero en contrapeso tiene una voz potente y versátil, una buena escuela musical que une el lo-fi del primer Beck con el noise de Sonic Youth, y unas letras inteligentes que no dicen nada especial. Lastima que cuando se emocione le de por hacer piruetas descalabradas.
Luego de él, la seriedad y profesionalismo de los galos Experience quedó soso. Nadie duda de su potente sonido, de sus melodías enérgicas y por momentos hasta experimentales, ni de la buena fe social de sus versos rapeados, pero todo eso palidece luego de la simpática frescura de TVB, alguien que se atreve a cantar una canción que aún no se sabe bien.
Esta noche toca Elliott Brood, un grupo al que si había escuchado antes y que es uno de mis más gratos descubrimientos de los últimos meses. Esta noche, para mi, comienza de verdad Primavera Sound.

17.5.06

Producto peruano


Confieso que poca fe tenía ya en el cine peruano, hasta que una amiga de la universidad, con la que coincidí en el avión a Lima, me dijo que Madeinusa, la película de nuestra compañera de universidad Claudia Llosa, había recibido buenas críticas en El País, cosa según su criterio muy inusual. Eso, aunado a la nostalgia originaria con la que me preparé emocionalmente para regresar a Lima, me decidió a verla apenas tenga oportunidad. En Lima compre algunos dvd’s piratas: Paloma de papel, La boca del lobo e Imposible amor. No he visto ninguna aún pero sí fui a ver en el cine Chicha tu madre, que me agradó mucho por su espíritu picaresco y su final abierto, además de que mi ciudad materna queda por fin retratada en el cine como ya lo han sido las grandes ciudades.
El primer largo de Llosa no se queda atrás. Es cierto que su retrato de la vida andina tiene mucho de postal, pero si consideramos la situación del cine en el Perú esa limitación puede revertirse y valorarse como un correcto manejo de la luz y el encuadre, o yendo más lejos aún en una bien tomada apuesta por el rebosante colorido de la puesta en escena, que para un espectador extranjero resulta inevitablemente seductor. También es cierto que el guión no es muy rico en diálogos ni dibuja con mayor detalle a los personajes, pero acierta en el uso del quechua y sobretodo en el sutil humor que es lo más logrado de la película. Más allá de eso, queda alabar el buen ritmo del relato, bucólicamente pausado pero lleno de detalles (las ratas muertas, el hombre-reloj, etc.); de la banda sonora, que aunque bordea no cae en el riesgo de la sensiblería fácil (nota curiosa: la reminiscencia automática de Kusturica que me producían las escenas de la fiesta acompañadas de la música de la banda, filtrando claro la euforia real-maravillosa del yugoslavo); y del propio argumento, cuyos rumbos en apariencia predecibles resultan ser tan engañosos como la mente de la protagonista. Palmas sonrientes para el final.
Me pregunto qué pensaría el terrorífico candidato presidencial, Ollanta Humala, si por casualidad fuera al cine y viera este filme, que claramente revierte el estereotipo de la superior astucia del criollo sobre el serranito. Posiblemente su fascismo andino lo llevaría contradictoriamente a tentar a la ojiazul directora a algún alto cargo de Conacine, lo que por otro lado no estaría del todo mal.

13.3.06

Últimos visionados:



*La filmografía completa de Lázló Moholy-Nagy, en mi festival de audiovisual favorito: el Xcentric. Me gustaron mucho más los primeros experimentos, aquellos que realizó entre 1929 y 1932, documentos fragmentados de la ciudad viva, sea Marseille o Berlín. Para estos ejercicios de montaje plástico, Moholy-Nagy encontraba más estimulante retratar los paisajes deprimidos de la ciudad, sea un viejo puerto francés o los barrios obreros alemanes de la postguerra. Su extremo formalismo no iba negado con un compromiso social, la vanguardia cotidiana como espejo de las nuevas fuerzas urbanas en ese límite vivo donde la construcción y la destrucción se mezclan.
De los cuatro cortos de ese período hay uno que rompe con esta concepción, entregándose al formalismo puro, a la textura y el resplandor del acero que se curva y acopla dando forma a una máquina abstracta, a un artefacto de cinetismo decorativo. La dinámica de este dispositivo es el único tema del relato,y adelanta con igual virtuosismo la misma fascinación por la maquina de Chris Cunningham.

*Los súper estéticos vídeos de Yuki Kawamura, en el Niu Audiovisual Media Art. Delicadeza hiper producida, animación chill-out, abstracción formal de las figuras, imágenes híbridas que combinan material proveniente de una cámara o de un software. Un caso más de maestría visual japonesa, que si bien es cierto tiende descaradamente a la perfección, tampoco muestra nada especial que escape del estilo en boga del diseño.

*Esplendor en la hierba, de Elia Kazan. Confieso que no pude evitar deprimirme ante la fuerza de este amargo drama generacional. Las hormonas y los ideales juveniles como mártires condenados por el absurdo social. Me impresionó sobre todo la fuerte carga sexual, que sin mostrar nada más allá de la espalda desnuda de Natalie Wood, deja una huella mucho más profunda que la de todos los bajos instintos cinemeros de nuestros días.

*Palíndromos, de Todd Solondz. Tal vez la menos acabada de las películas que he visto de este ácido director norteamericano, pero interesante por su estructura episódica, en la que la protagonista muda de actrices sin aparente sentido. Demencia gringa que funde la inocencia infantil, fanatismo religioso, amor dictatorial de la familia, freaks, abortos, crimen y pedofilia. Quizás es el mejor de los escasos discípulos de John Waters.

Estoy leyendo Y amanece la muerte, de Jim Crace. A pesar del bello título, el original, Being Dead, se ajusta mejor a este notable ejercicio de descripción de la violencia y descomposición que rodea la hora suprema. Con un estilo frío y preciso, Crace relata caleidoscópicamente todas las circunstancias que rodean el brutal asesinato una pareja de viejos zoólogos. Estos pasajes, como variaciones a distintos niveles de una escena (hasta ahora lo mejor del libro), se intercalan con los capítulos que describen con igual objetividad la vida de la pareja, lejos del romanticismo o de la sordidez, y más bien empeñada en anotar neutralmente los detalles más terrenales de una relación.
Los dejo con la frases más bella que he encontrado hasta ahora:

Sólo los que vislumbran el terrible e interminable corredor de la muerte, algo demasiado tremendo para contemplarlo, necesitan perderse en el amor al arte.