8.6.06

Primavera Sound: Jueves

Después del tour de force de peregrinaje melómano a lo largo y ancho del Forum; después de días que la música te empujó a los extremos de la euforia y de la fatiga, empujando hombros y surcando multitudes en camino hacia el escenario; después de un fin de semana donde tu única preocupación era hacerte un bocadillo, esconder bien alguna lata de cerveza o la siempre salvadora petaca, descargar fotos y vídeos, y trazar una ruta mental en el menú de conciertos; después de una siete jornadas en las que el Primavera extendió sus alas trayendo nombres nuevos y conocidos, vistos y no vistos, esperados, sorprendentes, insulsos; después de una de las citas musicales más paradisíacas y mágicas del año, irrenunciable ahora y en muchos años por venir; después de todo eso, aunque parezca mentira, es decidirse a escribir. ¿Qué debo contar? ¿Se puede describir lo que sentí, vi y oí en cada concierto? ¿O al menos en algunos? Y si es así, ¿cuáles? ¿Y vale la pena hacerlo? Bueno, ya veré que pondré, como siempre, por lo pronto comenzaré con el primer día, ese aperitivo que este año fue mucho más apetitoso que el pasado.


La catárquica presentación de los australianos The Drones fue una excelente forma de comenzar el festival. Una bajista alta, guapa y con cara de mala —Fiona Kitchin— era un buen incentivo para ponerse delante, pero su impávida actitud la oscurecía ante la energía del líder de la banda, el guitarrista y cantante Gareth Liddiard. Si bien la música no salía mucho de los moldes del garage sónico, la interpretación de Liddiard le da un toque inconfundible a la banda, con un desgarramiento palpitante, un fraseo visceral que lo asemeja a las arremetidas guturales de un temprano Nick Cave. Imprescindible bajarse sus dos discos y aguardar por el pronto lanzamiento del tercero.
Otro concierto memorable fue el de No-Neck Blues Band, banda de culto neoyorquina cuya comparación con The Residents por el anonimato riguroso de sus miembros y el eclecticismo experimental de su música me hizo preferirlos a los también atractivos Castanets y Meu. Sus conciertos —suelen preferir las calles y los parques a cobrar en un club—, son también remarcables. A diferencia de The Drones, que es exorcismo personal, esto es chamanismo psicodélico. Un acto en el que el intercambio y uso insólito de instrumentos, así como el uso de instrumentos insólitos (llámense bolsas de basura) me trasportó sin drogas ni nada a una atmósfera hechicera, como nunca había vivido desde que vi a los Jacky-O-Motherfucker. Música de trance, con toques de noise, free jazz, folk bizarro, música incidental, etc., que llenó el escenario Danzka CD Drome —de lejos el espacio más interesante en cuanto a riesgos y descubrimientos del festival— de sonidos que eran ingredientes cayendo a la pócima alucinógena que se preparaba en tu cerebro.
No soy fan de Motörhead, pero luego de este concierto me pasé a chequear cómo iban Lemmy y compañía. Verlos en tan buena forma y con un sonido tan aplastante, potente, compacto, y no tan mecánico como uno podía esperar, fue un placer, en especial cuando estabas rodeado de viejos y jóvenes metaleros/as, todos con las camisetas de la calavera humeante, las botas en punta y las cazadoras vaqueras llenas de parches.


Pese a tan buenos predecesores, nada me había podido hecho imaginar lo que sería el concierto de Yo La Tengo, sobre todo considerando su decepcionante presentación el año pasado en Benicassim. A diferencia del recital introspectivo y delicado de esa ocasión, el concierto de ayer fue brutal y orgásmico. Me he vuelto a enamorar de este grupo. Y no me cabe duda que Ira Kaplan es el mejor guitarrista sónico vivo. Ese día nos hizo pasar, hit tras hit, por retorcidas cumbres de distorsión lírica, solos que se extendían con una intensidad explosiva hasta desaparecer y regresar son más a un arpegio delicado. No puedo describir lo que es ver cómo se desata esa pasión por las texturas más escarpadas de la guitarra eléctrica, ese toque flamígero de cuerdas que va fluctuando entre truenos y chillidos, llenando tu cerebro hasta que tú también sientes que vas a estallar de una alegría fascinada. Porque pese a todo el salvajismo desplegado, Yo La Tengo es un grupo luminoso, no destructor y oscuro como Sonic Youth, sino efervescente, solar, y en sus mejores momentos, como ése, extático.


Mención deshonrosa merecen los infames Baby Shambles, con la estrella de tabloides Peter Doherty a la cabeza. Rock de molde barato que sólo puede convencer a descerebrados y desorejados. A su lado I’m from Barcelona podía resultar tragable, de no ser porque su presentación parecía un anuncio de Telefónica, con un pelotón de freakies saltando felices y coloridos en el escenario sin aparente justificación musical, ya que se escuchaban como cualquier cuarteto pop, muy lejos del sonido coral de los Polyphonic Spree. Para colmo de males, tocaron dos veces su vomitivo hit homónimo.

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