19.2.08

Eclipse de arcángeles empantanados


Una de las noches más exquisitas y extrañas del ciclo de conciertos Caprichos de Apolo abrió con Fovea Hex, el último proyecto musical de la irlandesa Clodagh Simonds, cuya larga trayectoria en los límites más pantanosos del sonido experimental ha transcurrido, desde su adolescencia sesentera en la psicodélica Mellow Candle, con enfocada y brillante parquedad. Eso sí, siempre se ha rodeado de un selecto grupo de exploradores musicales, como Current 93 y Matmos, y en especial en este proyecto colectivo ha albergado a luminarias como Brian y Roger Eno, Robert Fripp, Carter Burwell, Colin Potter, etc. El resultado es Neither Speak Nor Remain Silent, una trilogía de EPs (Bloom, Huge y el recientemente publicado Allure) que bien podrían escucharse como a tres sirenas de pedrería cantando desde una caverna agreste.

Acompañada por la voz y el acordeón de Laura Sheeran, el violín de Cora Venus Lunny, la cellista Julia Kent (Anthony and the Johnsons) y las manipulaciones digitales de Michael Begg, Simonds irradió desde el escenario sus velos de ambient proteico, denso pero cristalino, ese folk cósmico (pero no solar, si no de agujeros negros) que con la delicadeza de sus coros diamantinos desencadenaba tormentas instrumentales y nos encauzaba con ellas hacia un submundo de lirismo feérico.

La segunda parte de la noche fue menos abismal y más etérea, con el melancólico y dulce noise-dream-pop característico de las dos últimas placas de Pluramon y su celestial protagonista vocal, Julee Cruise. Hay que decir que muchos de los que estábamos en la sala fuimos atraídos el encantamiento musical de David Lynch, cuyos más hermosos discos (Floating Into the Night, The Voice of Love) y bandas sonoras (Twin Peaks, Fire Walk With Me) la tienen a ella de médium. Era una oportunidad para verla e imaginarnos transportados a esas escenas llenas de humo, terciopelo y cañones de luz. La sorpresa fue conocerla no cómo la vaporosa e inmóvil cantante que nos da la bienvenida a otra dimensión, si no como una especie de Alicia en el manicomio, su histrionismo infantil lleno de alucinaciones y movimientos rotos, como una muñeca perdida en el infierno que no deja de sonreír.

Es cierto que la música de Pluramon, cuando no tiene la alquimia purificada de My Bloody Valentine, Cranes y Mazzy Star, es decir, cuando deja en un tercer plano su lado sónico y ruidista, se asemeja mucho a las baladas de Badalamenti/Lynch, por ejemplo en temas como If Time Was on My Side o Can’t Dissapear, de su última placa, Monstrous Surplus (2007). Pero también es cierto que a veces adaptan éstas canciones, más próximas al jazz y al new age, a su refinada electrónica shoegaze. Gracias a eso, pudimos disfrutar de una versión un poco más crispada de Mysteries of Love, extraída de la banda sonora de Terciopelo azul, para deletite de todos los fanáticos lyncheanos (ver el vídeo abajo y más en youtube).

En fin, fue una noche de armonías, de texturas y emociones perfectamente equilibradas, dominadas por una atmósfera de ternura valiente. Una lección de que, aún cuando se asomen a los vórtices más dolorosos de la melancolía, la descarga y la catarsis no son la única forma de intensidad.

(Publicado originalmente en Mau Mau Underground)

7.2.08

Bienvenidos a la Edad de Oro


4 meses, 3 semas y 2 días. Para comenzar, un título certero, que nos hace pensar en el irremediable y regulado paso del tiempo, con la tensión de una cuenta regresiva, y a la vez no dice de qué se trata. Esto puede sonar caprichoso, o fortuito, pero no nos engañemos; a pesar de la apariencia inmediata, directa, transparente, de esta película, ésta se mueve según un diseño narrativo muy bien fraguado, que deja poco al azar. Ya veremos que lo inexorable, urgente y sugerente no escaseará en el tenso metraje, primero de una serie titulada Relatos de la Edad de Oro.

Ampliamente galardonada, con la Palma de Oro de Cannes como punta de lanza, el segundo largometraje del rumano Cristian Mungiu confirma el talento que ya había sido reconocido en su anterior Occident (2001) y nos descubre una cinematografía emergente y a un cineasta aventajado. De cine rumano hemos oído hablar y visto poco aún, pero desde La muerte del Señor Lazarescu, de Cristi Puiu, también laureada en Cannes, esta ignorancia parece tener los días contados.

4 meses, 3 semanas y 2 días es una película abrasadora, viva, feroz, que no deja indiferentes, no solo por el tema humano y moral que implica, si no también por sus méritos artísticos, por la cantidad de connotaciones e ideas que suscita en su engañosa austeridad narrativa. Su riqueza esta en las varias paradojas o dualidades que dan forma a su estética.

Entre otras cosas, se trata de un drama que no derrama lágrimas, de un thriller criminal sin explosiones de sangre, de una película de mujeres libre de maquillaje melodramático o feminista, de una reconstrucción histórica con el contexto fuera de cuadro, de una historia de supervivencia sin cazadores ni tragedias, de un registro realista y casi documental con una fotografía y un guión que es una pieza de relojería, deudores ambos del mejor cine negro, de un relato tan lleno de elipsis, cortes de bisturí que extirpan el morbo sensacionalista, como de tiempos muertos que rebosan emoción. En conclusión, de una película que logra ser todo esto y más, sin contradecir su radical minimalismo.

La historia se desarrolla en un solo día, en el que Otilia (Anamaría Marinca) acompaña a su compañera de habitación Gabita (Laura Vasiliu) a abortar, práctica que en la Rumanía de 1987, gobernada por Nicolae Ceausescu, era un delito grave. En medio de una sociedad fría y dura, donde el infierno claramente son los otros, la ilegalidad de este acto lleva a los personajes a hundirse más allá de su clandestinidad cotidiana, allí donde el mal que campea bajo todo totalitarismo y prohibicionismo solo conoce víctimas y predadores, apremios y precios abusivos. En este caso es el aborto, pero también podría ser las drogas, la migración o la vivienda (eso aquí lo conocemos bien), y el acierto de Mungiu es tratarlo con ese nivel de abstracción, sin enmarañarse en el dramatismo intrínseco de ese acto y concentrándose más bien en la sordidez de su escenario.

Como contraste a esa oscuridad social y humana, la amistad de Otilia para con su aturdida amiga brilla con una luz casi mesiánica, heroica hasta un nivel de entrega límite. Pese a que puede tratarse de una de las grandes películas sobre la amistad, da la impresión que la protagonista no hace todo sólo por su amiga, si no por solidaridad (en un régimen que prohíbe el aborto y los anticonceptivos) hacia cualquier mujer. Es decir, hacia ella misma. Es generosidad pero también rebelión y supervivencia.

Gracias a su discurso objetivo, distante, económico y metódico, lejos del sermón o la sensiblería, Mungiu logra una ambigüedad rica y pura, consciente que al enmudecer se hace más revelador. Toda una clase maestra.

(Publicado originalmente en Mau Mau Underground)