31.3.08

Snuff Jazz


Este año, los exquisitos Caprichos de Apolo cerraron su programación con una lección nada ortodoxa de jazz. Para comenzar, Ingebrigt Håker Flaten Quintet calentaron la noche con una serie de diapositivas sonoras en las que se alternaban distintas vertientes del género; su recital fue como un cadáver exquisito en el que se sucedieron ejercicios de estilo clásicos, como el bop ó el cool, con otros de avanzada como el free jazz o el jazz-funk, siempre aderezados con arreglos que podían sonar a veces a Paganini (¿un homenaje al ciclo huésped?) y en otros momentos a Jimmy Hendrix. Así, era fácil cerrar los ojos e imaginarse una sucesión de postales vintage con sus correspondientes alusiones: Monk, Coleman, Coltrane, Braxton, Davis, etc., traspasados por la vigorosa tónica sonora de un quinteto cuyo ecléctico oficio musical abrazó con soltura la atonalidad, el ruidismo digital o los paisajes cinematográficos (remembranzas de Tarantino y Peckinpah sugeridas).

Luego de esta inmersión en la caja negra de referencias que recorrió nuestra parte favorita de la historia del jazz, estábamos preparados para asimilar mejor uno de los actos más radicales de este estilo musical: Lean Left, banda compuesta por Ken Vandermark (saxo tenor, clarinete), Paal Nilssen-Love (percusión) y los guitarristas de la banda noruega The Ex, Terrie Ex y Andy Moor. Desde el primer tema, Lean Left dejó claro que lo suyo no era la recopilación museística sino la demolición y el incendio; como si las eruditas invocaciones de la banda anterior se hubieran quedado flotando en el ambiente sólo para ser víctimas de un concierto snuff.

Su actuación comenzó con un dúo furioso de guitarras eléctricas, en los que a veces parecían enfrentarse entre ellas como bestias jurásicas y otras ensañarse juntas en el desmembramiento de algún fantasma (invisible para todos menos para Terrie Ex, quien lo miraba fijamente en el suelo mientras descargaba contra él hachazos de acordes chirriantes, producidos sea con la típica uña o con baquetas, toallas, ganchos de ropa o cualquier objeto que le sirva de instrumento de tortura). Y si la obertura fue brutal, lo que siguió fue puro crescendo. El segundo acto fue otro dúo, de no menor abrasividad, entre el clamor frenético soplado por Vandermark y la implacable cabalgata polirítmica de Nilssen-Love. Más tarde, ya todos coludidos, continuarían con su ritual de virtuosa disonancia, dando fragor a lo que para este servidor sería uno de los puntos máximos de maestría y tábula rasa instrumental que ha tenido la suerte (y el capricho) de testificar.
(Publicado originalmente en Mau Mau Underground)

23.3.08

(R)Evolution Rock


Siempre es una pena y una suerte estar en un concierto de un grupo importante al que asisten sólo de un puñado de oyentes: el veneno de la sala casi vacía contrarrestado por la exclusiva cercanía de los artistas. Eso pasó la noche en que los Mekons tocaron en la [2]; el pequeño local no pudo ocultar su esmirriada convocatoria, más extraña aún cuando la mitad de los asistentes superaba los cuarenta años y nadie tenía mucha pinta rockera. ¿Qué puede significar que cualquier vagón del metro tenga más punkis ataviados que el concierto de uno de los más puros representantes del pedigrí post-punk británico? ¿Posturismo al descubierto? ¿Analfabetismo musical? ¿Simple recesión económica? La razón, cualquiera que fuese, no pudo opacar el imponente despliegue musical de un grupo que hace mucho dejó atrás su bandera de amateurs y está hoy en día en pleno dominio de sus poderes.

Y es que hablar de los Mekons es hablar de un grupo que tuvo la integridad suficiente para no seguir fingiendo que aún no sabían tocar, y derribar los barrotes de su inicial grito punk para salir a explorar fusiones con otros géneros como el reggae, country y, principalmente, el folk. En ese sentido, se han mantenido más fieles al espíritu que al método del movimiento que los sacó a la luz. Porque el encasillamiento sólo sirve a las compañías discográficas y a los reponedores mal pagados de las tiendas de discos, y una banda que se forjó en un ambiente de cooperativismo no tiene un ego fuerte que defender. Gracias a eso, han podido forjar una obra más continua y estilísticamente enriquecida que sus hermanastros Gang of Four y Delta 5.

Sobre el escenario, los Mekons demostraron que pese a su madurez (musical y cronológica) aún tienen carisma y se saben divertir. El show estuvo encabezado por Jon Langford, guitarrista y cantante fundador del grupo, y por la Sally Timms, a cargo de las vocales femeninas. Ambos muy cómodos en su papel de anfitriones, a lo que seguramente contribuyó la intimidad del recital. El tercer protagonista de la noche fue sin duda el saz eléctrico de Robert "Lu" Edmonds, instrumento de origen turco un que en las manos, los pies y los pedales de Edmonds servía más a la mística folk rock que a sus acentos originarios. Cockermouth, Fantastic Voyage, Perfect Mirror y Big Zombie fueron algunos de los hitos del repertorio, que onduló entre el hard rock clásico y el folk oscuro cercano a unos Espers o Black Heart Processión.

(Publicado originalmente en Mau Mau Underground)

El canto del hollín


Supongo no fui el único que, al ver a Fabrizio Modonese Palumbo, a.k.a. (r), subirse al escenario con su guitarra, imaginó un preámbulo lleno de informe y dolorosa distorsión, como capas de metal sónico recién salidas del horno. Magno error, totalmente atribuible, claro, a nuestros prejuicios, a su cabeza rapada y a su larga y afilada barba. Para mi sorpresa, tras esa apariencia de rudo motero, el músico de Larsen, XXL y Blind Cave Salamander destiló de sus dedos y de su instrumento un ambient delicado y paisajista, lleno de reverberaciones que se internaron con suaves trazos en el ecran privado de nuestras mentes. Música de luces apagadas y hondo letargo (a la que, si algo hay que objetar, son las voces incrustadas) configuran pues el proyecto en solitario de este incansable Modonese, quien además de integrar los grupos mencionados, ha colaborado con un extensa lista de creadores que incluyen a Current 93, Matmos, Xiu Xiu, Baby Dee, Damo Suzuki, Akron/Family, Nurse With Wound, Jarboe, Lydia Lunch, My Cat Is An Alien, Fovea Hex y por supuesto Michael Gira.

El efecto dejado no podía ser otro que íntima anestesia. Muy apropiada para prevenir la aparición de Michael Gira, el hombre detrás de Swans, uno de los grupos más espiritualmente devastadores que salieron de los ochenta, y del más apacible pero no menos tenebroso -y paradójicamente bautizado- Angels of light. Y es que no hay muchos músicos capaces de erizarnos la piel con sólo su guitarra acústica y su voz de crooner. A su lado, Leonard Cohen parece un trovador de bubblegum pop y Nick Cave un baladista desahuciado por la diabetes. Para superar a nuestros máximos héroes de la depresión, la música de Michael Gira se vale sólo de sus acordes, repetitivos e hipnóticos, de su voz cavernosa, que parece entonar canciones de cuna a la caída y el apocalipsis, y de unas letras bruñidas como ónix (un acompañamiento perfecto para un libro como The Road, de McCarthy). Temas de su larga trayectoria como All lined up, Love will save you, Blind, Rose of Los Angeles, etc., implosionaron entre la reducida audiencia como presagios de luto interior. En definitiva, el recital fue un buen baño de ceniza para nuestra ritualista felicidad, y para hacerle justicia, cuando en un momento Gira preguntó cómo estábamos, debimos haber contestado con un agradecido “mal”. Abajo, el primero de los seis extractos tubeados.



(Publicado originalmente en Mau Mau Underground)

Femineidad Fatal


Tengo que confesarlo, soy un lego en cuestiones de neo feminismo y ni siquiera conozco la obra literaria de Virginie Despentes (aunque sí formo parte de esa minoría que admira su película Fóllame), pero eso no fue inconveniente para acercarme a su último libro, Teoría King Kong (2006), una mezcla de ensayo, testimonio y manifiesto punk sobre pornografía, prostitución y violación que no pudo encontrar mejor traductora al castellano que a Beatriz Preciado, la autora del sedicioso Manifiesto contra-sexual (2002), para la editorial Melusina.

Y lo primero que quiero destacar es justamente el espíritu punkarra del libro, no sólo por la crudeza de sus declaraciones, si no porque escapa de todo léxico académico y se apropia valientemente de la primera persona sin dejar de lado la fundamentación teórica. Despentes no es dueña de una prosa que sabe noquear, además es una intelectual de primera línea y alguien cuya biografía está conectada, más allá de los libros, con los tres temas mencionados. Punki violada, luego puta y más tarde afiliada al cine porno, nadie mejor que ella para denunciar personal y filosóficamente la batalla perdida que aún significa nacer mujer.

Como ensayo confesional, apela menos al corpus bibliográfico que a la propia experiencia; es especialmente estremecedor en el capítulo de la violación, revelador en los del porno y la prostitución, y desgraciadamente laxo en el de la teoría King Kong, que pese a condensar la unidad del libro no logra cerrarlo con la contundencia esperada.

Aún así, se trata de una lectura muy provocadora, tanto estilística como conceptualmente. Las ideas que propone pueden no ser nuevas, pero están fundamentadas en las propias cicatrices que describen con furia e inteligencia la trampa en la que tanto hombres y mujeres estamos atrapados, cuyos orígenes no están en uno u otro bando genérico, si no en los dictados del poder. Un libro excelente para asimilar (al ritmo de Lydia Lunch o Bikini Kill) ideas gritadas con estilo y meditación. El mejor regalo para la amiga kuki-flower o el colega maromo que por desgracia nunca faltan.

(Originalmente publicado en Mau Mau Underground)