13.3.06

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*La filmografía completa de Lázló Moholy-Nagy, en mi festival de audiovisual favorito: el Xcentric. Me gustaron mucho más los primeros experimentos, aquellos que realizó entre 1929 y 1932, documentos fragmentados de la ciudad viva, sea Marseille o Berlín. Para estos ejercicios de montaje plástico, Moholy-Nagy encontraba más estimulante retratar los paisajes deprimidos de la ciudad, sea un viejo puerto francés o los barrios obreros alemanes de la postguerra. Su extremo formalismo no iba negado con un compromiso social, la vanguardia cotidiana como espejo de las nuevas fuerzas urbanas en ese límite vivo donde la construcción y la destrucción se mezclan.
De los cuatro cortos de ese período hay uno que rompe con esta concepción, entregándose al formalismo puro, a la textura y el resplandor del acero que se curva y acopla dando forma a una máquina abstracta, a un artefacto de cinetismo decorativo. La dinámica de este dispositivo es el único tema del relato,y adelanta con igual virtuosismo la misma fascinación por la maquina de Chris Cunningham.

*Los súper estéticos vídeos de Yuki Kawamura, en el Niu Audiovisual Media Art. Delicadeza hiper producida, animación chill-out, abstracción formal de las figuras, imágenes híbridas que combinan material proveniente de una cámara o de un software. Un caso más de maestría visual japonesa, que si bien es cierto tiende descaradamente a la perfección, tampoco muestra nada especial que escape del estilo en boga del diseño.

*Esplendor en la hierba, de Elia Kazan. Confieso que no pude evitar deprimirme ante la fuerza de este amargo drama generacional. Las hormonas y los ideales juveniles como mártires condenados por el absurdo social. Me impresionó sobre todo la fuerte carga sexual, que sin mostrar nada más allá de la espalda desnuda de Natalie Wood, deja una huella mucho más profunda que la de todos los bajos instintos cinemeros de nuestros días.

*Palíndromos, de Todd Solondz. Tal vez la menos acabada de las películas que he visto de este ácido director norteamericano, pero interesante por su estructura episódica, en la que la protagonista muda de actrices sin aparente sentido. Demencia gringa que funde la inocencia infantil, fanatismo religioso, amor dictatorial de la familia, freaks, abortos, crimen y pedofilia. Quizás es el mejor de los escasos discípulos de John Waters.

Estoy leyendo Y amanece la muerte, de Jim Crace. A pesar del bello título, el original, Being Dead, se ajusta mejor a este notable ejercicio de descripción de la violencia y descomposición que rodea la hora suprema. Con un estilo frío y preciso, Crace relata caleidoscópicamente todas las circunstancias que rodean el brutal asesinato una pareja de viejos zoólogos. Estos pasajes, como variaciones a distintos niveles de una escena (hasta ahora lo mejor del libro), se intercalan con los capítulos que describen con igual objetividad la vida de la pareja, lejos del romanticismo o de la sordidez, y más bien empeñada en anotar neutralmente los detalles más terrenales de una relación.
Los dejo con la frases más bella que he encontrado hasta ahora:

Sólo los que vislumbran el terrible e interminable corredor de la muerte, algo demasiado tremendo para contemplarlo, necesitan perderse en el amor al arte.

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