Los aristokupas
Hace mucho quería conocer una de las casas okupa más famosas de Barcelona: El Bloque Fantasma. Ubicada en los pies del Parc Guell, en una zona donde las okupaciones abundan como mala hierba, esta casa, habitada al parecer por unas veinte personas, tiene como 15 años resistiendo tras de rejas, alambres de púas, puertas de metal y tranqueras que decoran su exterior e interior, listas para cerrarse ante cualquier intento de desalojo.
La ocasión me la dio un concierto de noise que iba a realizarse allí, a cargo de un ingeniero de sonido punk conocido como Man Manly. No me acercaba a esa zona desde que el Bucco y yo fuimos allí de paseo, allá a finales del 2004, y no pudimos dejar de admirar una de las muchas casas okupadas (ahora mismo no estoy seguro si se trataba de los mismos Bloques). Digo admirar porque debe haber sido la primera que vi en mi vida, cuando aún no tenía idea sobre de qué iba esa movida ni mucho menos me imaginaba que un ángel militante de ese mundo se convertiría en mi futura ex-esposa (no es cinismo pero si otra historia). El caso es que luego subir de muchas escaleras, eléctricas y de piedra, llegamos al lugar, una fortaleza de 3 o 4 pisos en cuya planta baja habían implementado un bar donde organizaban sus movidas (en este caso el concierto). Además, gracias a David, uno de los chicos que vive con mi ángel en la Casa Libertad, pudimos explorar un poco la casa y fue así que entramos a la sala de ensayos que tienen montada (con Marshalls, dos baterías, etc.) y al interior de la misma, o al menos a lo que pudimos ver mientras subíamos por sus escaleras: cuatro o cinco pisos que por sus oscuros corredores de puertas cerradas y porque la exploración se limita al trayecto de las escaleras (nunca hay tiempo para pasear) me recordó los entrañables hostales de Lima. Pero lo mejor aún nos aguardaba al final de la casa: una increíble azotea donde nos topamos con una vista hiperprivilegiada de toda Barcelona.
Íbamos ya por el segundo vaso de cerveza (deliciosa producción casera) cuando Man Manly se decidió a acercarse a su mesa y desde su portátil y un controlador MIDI abrir las compuertas a una torrente de ruido digital, proveniente tanto de su disco duro como de un micrófono que lamía, golpeaba, pisaba, frotaba contra su cuerpo o contra el de algún asistente. Tampoco faltaron los gritos y movimientos furiosos, que contrastaban con su pequeña y endeble corporalidad. Pero la verdad es que a estas alturas la formula caos + ruido esta tan manoseada que luego de tres o cuatro conciertillos de ese estilo ya difícilmente serás sorprendido. Seguramente Man Manly sabía eso mejor que yo, así que luego de unos minutos amenizó gritándonos una proclama reivindicativa del espíritu punk anti-moda y anti-etiquetas. ¡Bla, bla, bla, grrrr!, y como lógicamente él era uno de esos auténticos místicos del punk, procedió a desvestirse hasta descubrirnos por completo la totalidad de su magro cuerpo. Y fue etonces que la mejor parte del concierto comenzó, no sólo por el show sino porque realmente se le notó más cómodo y concentrado tocando en pelotas.
Al final de su presentación, nos volvió a espetar un alarido en el que iba más allá que la anterior vez y nos decía que ya no era un punk genuino, que no era nadie ni nada, sólo el mismo, y que todos debíamos ser nosotros mismos. Moraleja aparte, el concierto me dejó una buena impresión y sobre todo unas ganas de salir de mi refugio más seguido, cosa que dos noches después haría con rumbos similares.
Esta vez el destino fue la Fela, otra casa okupa del barrio de Gracia, donde reciclando la indumentarias más excéntrica de la casa celebramos carnavales en una fiesta que combinaba gente desatada (por ahí vi rondar al mismo Man Manly; hay quien dice que tiene una personalidad para el día y para la noche), música pachanguera, cervezas baratas y un local inusualmente amplio (dos espacios con sus propias barras) que me hizo pensar de nuevo en la vida en ciertos aspectos principesca que la unión okupa brinda a corto plazo.
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