8.7.06

Primavera Sound: Viernes

Suerte de pasar un par de latas de cerveza y de encontrarme media botella de vino.
Suerte de tener un ácido en el bolsillo.
Suerte de no entrar a escuchar a La Buena Vida por exceso de cola y anticuerpos.
Suerte de encontrarme a Wayne Coyne caminando y que me autografíe el rostro impreso de Lou Reed.
Suerte de que Bea tuviera barra libre por pinchar vídeos. Suerte... etc., etc., etc.


19:10. Yeah Yeah Yeahs: Por más admiración que me cause, ya tenía claro que Mick Harvey iba a ser sacrificado por la atracción eroto-vocal que siempre me ha producido la actual novia de Spike Jonze. Y no me arrepiento. Ver a Karen O (ese híbrido de los dotes sexuales de Lydia Lunch y vocales de Siouxsie Sioux) rugir como una bruja endemoniada y moverse como una puta algo colocada modelando sobre el escenario, y ver además a Nicolas Zinder tocando la guitarra con la cólera gótica de un enfant terrible —tal vez tratando de trasladarse en el tiempo y en las bandas a un primer The Cure—, pintaba mucho mejor que intoxicarme de melancolía y acabarme la petaca demasiado temprano con las otoñales melodías del insigne Bad Seed (aunque espero verlo en otra oportunidad).

21.20. Killing Joke: Nunca los escuché mucho, y la verdad luego de su presentación me limitaré a respetarlos como una banda de hallazgos seminales en los primeros ochentas —en el limite entre el new wave y del heavy metal— pero con poco que decir ahora que el juego de espejos se extiende por mas de dos décadas y su sonido ha derivado en la vertiente menos inspirada de la segunda generación de sus propias influencias. Paso completamente de ver de nuevo las lamentables poses de Jaz Coleman: un loco salido del asilo que se cree Ozzy, con intenciones fantasmales pero que sólo nos asusta con sus saltitos y pasitos sin ritmo. A bailar Love Like Blood y punto.



00.00. ESG. Menos mal que ya había visto a Dinosaur Jr. y no me lo pensé demasiado para ir a ver a la vertiente más rítmica del no wave. No las conocía mucho, la verdad, pero uno de los mejores momentos del festival fue sin duda el ver y escuchar a las hermanas Scroggins, sus hijas y el rap latin post punk, sexy y cadencioso, que nos hizo bailar con una lección de ritmo y minimalismo al que le debe aún mucho el hip hop y el trip hop y cualquier género que se alimente de vocales acariciantes y ritmos explosivamente voluptuosos. Solamente ver moverse a Chistelle, hija de alguna de ellas, ya emocionaba. Su exuberante sensualidad, el canto felino y las tres notas aprendidas en una guitarra que a todas luces tocaba cuidando la manicura, fueron suficientes para rendirnos y pedir más. A ver a estas mininas dondequiera toquen!!!



01.05. Sleater-Kinney. Siguiendo con las bandas femeninas, al terminar el show fui rápido a ver a este trío de riot grrrl’s, recientemente separadas, que prometió y cumplió. Cosa seria: indie rock con las cuerdas afiladas, políticamente comprometidas e instrumentalmente intensas y cerebrales. El concierto fue una buena oportunidad para dejar que bajen las pulsaciones y recibir un poco de la distorsión y melodía que el día anterior nos había dado Yo La Tengo y al siguiente nos daría Mogwai. Una lástima que a menos de un mes se hayan separado, cuando todo auguraba un revival. Buena recomendación para universitarias que no hayan sido contaminadas incurablemente por la trova.



02.15. The Flaming Lips. Sin duda el espectáculo del festival. Antiguos y nuevos fans gozamos de la explosión circense que lideraba un Wayne Coyne peligrosamente cerca del megalomaniaco Bono. Con una banda chicas astronautas y papa noeles a cada flanco, Coyne se desenvolvía como todo un anfitrión en el show surrealista que tenía preparado, lleno de luces irisdiscentes, fuegos artificiales, disfraces inesperados, guantes gigantescos y guapas guiris deslizándose sobre las manos alzadas del publico, que gritó y saltó coreando como no vi repetirse en ningún otro concierto de lengua inglesa. Euforia ácida con Fight Test y clamor sordo con la reciente The Yeah Yeah Yeah Song (curiosamente Coyne fue un espectador escondido en el concierto de la casi homónima banda neoyorkina), entre otros temas de su ultimísima etapa, siempre de la mano de unos visuales impecables, se convirtieron en el inmejorable clímax del viernes. No puedo dejar de pensar, sin embargo, en cómo serían con menos teatro y más energía musical.



03.00. Animal Collective. No podía haber mejor destino para el viaje de los labios flameantes que esta banda que hizo un tour por su universo melódico completamente alienígena. Y es que al escucharlos era como leer poesía: en lugar de movernos con ritmos que nuestro cuerpo reconoce y ante los que reacciona, teníamos que identificar primero cuál era esa cadencia escondida en el caos de sonidos, ese hilo conductor de pura magia y locura, difícil de reconocer pero perceptible y responsable de ese tenue sentido de unidad de las centrífugas canciones. Escarbar y escuchar las repeticiones mutantes era un trabajo detectivesco y fascinante, un film noir experimental ambientado en la granja siniestra del inconsciente, en el que el investigador encuentra maravillado su propia perdición. Extraviados en el la hipnótica niebla musical que emanaba del escenario, uno podía aceptar el fin de la segunda noche y regresar medio zombie a casa, o perderse poseído en las pistas de baile (a esa hora pinchaba Alexander Kowalski), pero de cualquier modo era dueño de la satisfacción infalible de haber recibido lo mejor al final.