5.3.07

Crónica (Tardía) de Festivales 2006

Aqui va la crónica de los festivales de música del año pasado, tal como se la mandé a Autobús. ¡Que salga pronto, Luis!

IN HEAVEN (EVERYTHING SOUNDS FINE)
Radar musical desde los mejores festivales ibéricos (que están en Cataluña) 2006

Comenzaré diciendo que, para mí, asistir a un festival de música es lo más cercano que conozco a un paraíso. Ninguna otra experiencia (cuyas entradas puedan comprarse) me ha trasladado a un mundo donde lo único importante es la música, específicamente la música en vivo, y no cualquiera sino la de los grandes y medianos nombres que te han hecho mover mil veces el cuerpo a ritmos a los que no habías probado moverte, o cerrar mentalmente los ojos y dejar de conducir tus pensamientos para ser mero un tripulante. En fin, un paraíso donde lo divino emerge de los amplificadores y se le rinde culto frente a los escenarios.
Esto puede sonar exagerado, lo se, pero no lo es tanto cuando uno nace melómano y en el Perú; un país donde sólo un par de veces al año hay algún evento importante, de los cuales uno no se llega a realizarse y otro involucra a algún artista cuyas últimas noticias hay que rastrarlas en los archivos periodísticos de (por lo menos) la década anterior. Un país cuyo referente más cercano, con sede en Cusco, sólo aspira a vender refritos y cerveza a los juerguistas de siempre. Así que imaginen lo que fue para este servidor llegar a Barcelona y sin previo aviso toparse con una cartelera que incluía a su banda favorita de todos los tiempos —Iggy & The Stooges—, junto a media docena de nombres que sólo había visto reunidos en las vitrinas de Galerías Brasil. Primavera Sound, Sonar y Benicassim son los festivales a los que fui ese año y repetí el siguiente (mas el Summercase y el Primavera Club), con la periodística satisfacción de ahorrarme la entrada y la revisión del bolso.
Cada vez que traspaso la entrada, lo cotidiano desaparece; el tiempo se fragmenta y reorganiza según un folleto y mi única preocupación es beber (para no deshidratarme) y elegir cual banda ver después. De escenario a barra a escenario, debes atravesar un desfile de sneakers, minifaldas, gafas de sol, idiomas, peinados y algunas (más bien muchas) deidades que vienen a divertirse y son el segundo elemento que me hace pensar que se trata de un espacio sagrado. Sin ellas, esto se convertiría en un desierto de sonidos que salen disparados y se pierden en el vacío, como pelotas en un pinball sin ejes ni magnetos. Por suerte, eso no sucede y mis oídos y mis ojos son testigos de que en el cielo todo debe estar bien.

SONAR (15-17/06) GRAFITTIS PIXELEADOS.
El Sonar es el festival más antiguo y a la vez el que tiene una imagen más moderna, gracias a una poliédrica personalidad arty que han venido alimentándose con música y arte electrónico como platos principales. Este espíritu curatorial es su gran valor y le ha ganado un prestigio transeuropeo, que se deja ver cuando las calles que rodean el céntrico MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) bullen de locales y visitantes (estamos en lo álgido del turismo veraniego), masas de cuerpos jóvenes y sedientos, agolpados para comprar entradas mientras beben cervezas antes de entrar, o para comprar cervezas mientras escuchan afuera algún concierto antes de beber.
Desde tempranas horas de la tarde, diversos escenarios ofrecen un buffet que incluye desde noise a hip-hop, sin olvidar los espacios dedicados al arte multimedia. Y es que es un evento con doble personalidad, capaz de convocar al melómano sofisticado, publico objetivo de The Wire, y también al clubber que busca desfasar con los super DJ’s de toda la vida. Para éste, el Sonar Noche se realiza en un gigantesco local de más de 10,000 m2 divididos en cuatro escenarios donde luminarias dance como Miss Kittin, Richie Hawtin o Laurent Garnier, entre otros, suelen estar frente a los platos.
El año pasado los ritmos negros y las texturas japonesas fueron las líneas a seguir. Puntos extremos como los versos dub del veterano Linton Kwesi Johnson (Jamaica) y la ingeniería digital de Ryoji Ikeda (Japón) colorearon una amalgama sónica donde se encontraban, puras o combinadas, pinceladas de reggae, dub, dancehall, hip hop, soul, afrobeat, jazz, rap, turntablismo, disco, funk, beatbox, noise, psicodelia, IDM, acid, minimal, electro, techno, house, y un largo etcétera de eclecticismo y experimentación invitados de todas partes del mundo.
Difícil reseñar cada cosa que vimos, especialmente cuando se te vienen a la mente también las que no viste, y es que una de las reglas de los festivales es no frustrarse por las maravillas que te pierdes por el simple hecho de no poder desdoblarte. Lo mejor es tener una ruta trazada y no esperar a nadie.

Esto es solo un brevísimo apunte de lo que trajo el Sonar, dejando de lado muestras, intervenciones urbanas, instalaciones, demostraciones tecnológicas, presentaciones de medialabs y de software, así como proyecciones de video-clips, cortometrajes, animaciones, documentales y cine experimental. Haciendo un balance, los conciertos que más me sorprendieron fueron los de la vertiente nipona. Esta bien quemar mente, grasa y zapatillas con las sesiones infernales de Jeff Mills, DJ Krush o Dave Clarke, catar con todos los sentidos la elegancia techno de Isolée, intentar quebrar el cuerpo con el scratching cuatrifónico de Birdy Nam Nam, intoxicarte con los espejismos vocales de Beatmaster G o Afra & Incredible Beatbox Band, o reírse un rato con los ritmos lúdico-hiphoperos de Tucker, la juguetería musical de Modified Toy Orchestra o la performance desafinada de Jake, para no hablar de las interesantes deconstrucciones latinas de Señor Coconut and his Orchestra y Dick el Demasiado.

Pero los japoneses definitivamente van más allá y te sorprenden con esa vanguardia ingénita capaz de producir experimentos mutantes no sólo de música sino de instrumentos. Ellos conocen como nadie el medio electrónico y producen sus propias herramientas de ciencia ficción. Salimos de los límites de la música y llegamos al arte sonoro, donde la música comparte protagonismo con otros aspectos como interactividad, aleatoriedad, interfaz, etc., desde la aparente simpleza de una batería como detonador de samples y fragmentos de vídeo (Doravideo) hasta instrumentos digitales de avanzada como el Tenori-On de Toshio Iwai, pasando por la artesanía robótico musical de Kanta Horio. Mención especial merece Datamatics, la espectacular performance audiovisual de Ryoji Ikeda, lo más sofisticado que he visto en cuanto a las posibilidades estéticas del matrimonio entre informática, grafismo y sonido; así como la brutal propuesta fotopunk de Optrum: un tubo fluorescente tocado como guitarra para dominar un torrente de distorsión, algo tan poderoso y futurista que parecía sacado del Neo-Tokio de Otomo. Al menos en lo musical, el manga ya esta aquí.



SUMMERCASE (14-15/07): CON EL HIT BAJO EL BRAZO
Si el Sonar apunta al cazador de nombres insospechados en las páginas de The Wire, el Summercase piensa en el modernillo lector de las últimas reseñas de Rock de Lux o cualquier revista de tendencias. Para ser el primer año, este hermano del Wintercase nació pesado. Puede que no haya abarrotado el metro como el Primavera Sound, pero golpeó fuerte con un cartel que apostaba a seguro. Con tantas atracciones como los otros, pero concentradas en dos días, el Summercase agudizó las encrucijadas, obligándonos a insanos traslapes como Daft Punk con Massive Attack, ¡o Happy Mondays con New Order y con Primal Scream! ¡Que también tenemos que ir a mear y comprar birras, tío! ¡Y con tantos tiempos muertos antes y después, en los que rebotábamos plácidamente entre alguna banda de temporada o algún acaparado DJ! Parece que el sadismo, como atizador de la adrenalina melómana, no falta en el recetario de los programadores.

Comencemos por lo no obvio. Ganas de ver moverse a Kate Jackson, la cantante de The Long Blondes, un grupo que con un puñado de hits, multiplicados por centenares de portadas, se coló entre las revelaciones del 2006. Lástima que su directo no fuera tan sexy, y aunque la banda estaba muy bien, a la cantante le hacen falta más recursos que unas cuantas poses de maniquí. No como Ragnar Kjartansson, vocalista de los islandeses Trabant, quien a fuerza de un erudito conocimiento de los lugares comunes del poserismo rock nos entregó un directo candente. Para calmar los ánimos, David Kilt saludó al crepúsculo con su folk de carretera que recordaba a Springsteen. Otra gran curiosidad eran The Boyfriends, presentados como la banda joven (yo diría sombra) favorita de Morrisey (lo que debe entenderse como la protectora actitud de un padre ante sus hijos más enclenques).

Los Dirty Pretty Things demostraron ser la rama pensante de lo que fue The Libertines, lo que tampoco quiere decir más que rock n’ roll vintage para modernitos. Canciones calcadas unas de otras, sin matices, puros ganchos roídos tocados apresuradamente, como si quisieran enmascarar con velocidad su ostentosa vacuidad. Anoréxica personalidad que fue compensada luego por Astrud y su pop rock pajarolo e insolente. Verdadero espíritu punk con víboras de pluma. Si no fueran locales no los hubiera dejado, pero en otro escenario comenzaba ex líder de Afghan Wings, Greg Dulli, al mando de Twilight Singers, quienes deleitaron con un rock oscuro y meditado. Otra buena sorpresa anunciada fueron Sparks, un dúo con amplia trayectoria que nunca había escuchado y que con su techno-rock chillón electrizaron a un respetable cada vez más ávido de adrenalina. Bell Orchestre fue otra de esas bandas cuya afiliación con Arcade Fire invitaba a escucharlos. Lo suyo es rock instrumental con bonitos arreglos y protagonizado por un violín desbocado. Un interesante y efectivo trasporte a cercanías.

Y ahora vienen los consagrados. Dejemos de lado a Super Furry Animals, Divine Comedy y Belle & Sebastian, que dieron conciertos notables eso sí, y concentrémonos en el triunvirato estelar. El concierto de Daft Punk fue mi favorito y uno de los más impresionantes que he visto. Una pirámide de luces que estallaba al son de una coctelera de riffs, loops, beats y vocoders. Estar en un concierto así dispara tu serotonina y todo se convierte en una marea de euforia masiva que tu memoria sólo podrá reconstruir fragmentariamente. Luego de eso, Massive Attack nos ofrecía un selecto y sombrío descanso para el cuerpo pero no para la mente, que ya estaba demasiado sobre estimulada como para no delirar con las resonancias de temas como Angel o Group Tour, además de los imprescindibles fraseos de Elizabeth Fraser, delante de un gigantesco telón de fondo de LED’s que acompañaban con dardos políticos —frases y cifras varias— la ondulante música. Para terminar, Primal Scream. Un concierto abarrotado, que vimos desde muy lejos por no abandonar a tiempo el baile con unos cumplidores New Order, pero igual nos salpicó esa sucia energía rollingstoniana desbordada a morir por Bobbie Gillespie y compañía, en la que al menos para mí fue la apoteosis perfecta del festival (aunque aún lamento haberme perdido a Dandy Warhols y Cut Copy).


FIB (20-23/07): UN VERANO ESCALOFRIANTE
El Festival Internacional de Benicassim es otro de los mega-acontecimientos musicales de la península. Desde 1995, una oleada de fibers inunda los supermercados, hoteles, restaurantes, cyber-cafés, playas, comercios y plazas de este pequeño pueblo del mediterráneo. El año pasado fueron 36 mil jóvenes venidos de todo el mundo (aproximadamente 40% ingleses) quienes lo llenaron de dinero y lo convirtieron en un mero anexo del festival.

La primera vez que fui me sentía como Hunter S. Thompson, cargando no en un coche pero sí en una mochila más de lo que podía necesitar (libreta, cámara, conservas, ron, hierba, condones, etc.). Vamos, como si me fuera al puto fin del mundo. Felizmente no fue así y al segundo año me perfeccioné de tal modo que una mañana terminé flotando la piscina vip.
Cosas así y mejores pueden pasar en esta babilonia maratónica de conciertos, fiesta, conciertos, ligoteo y más conciertos; en fin, toda una experiencia de meloaventura, para la que hay que prepararse como si se tratara de una expedición al fin de la noche. La mayoría de gente que conozco, o viene sólo una vez y dice nunca más, o se convierte en un incondicional peregrino. Y es que hay que se necesitan altas dosis de fanatismo, libido y protector solar para soportar un campamento a casi 40 grados, con baños portátiles que al segundo día son irrespirables y un abrasador periplo, de casi una hora ida y vuelta y sin sombra, para cargar provisiones. Pero además de la música, claro, la refrescante Costa de Azahar y el hermoso paisaje de pieles —especialmente en las duchas mixtas de campo de concentración— compensan la brutalidad del verano.

El protocolo es vagar. Muchos solo hacen eso. Otros, a partir de determinada banda. Y otros, cuando olvidan cual era la siguiente (y lo recuerdan bailando de camino entre dos barras). Luego de cada concierto, terminas sediento de todo y con la puerta del éxtasis abierto: solo queda recorrer la noche entre tribus de sandalias y vestidos cortos, todos hablando fuerte y sudados, con los oídos atorados de decibelios, una insolación trepidante y el talante resaqueado y feliz de varias fiestas salvajes. El protocolo es vagar. Luego del primer día, el cuerpo cansado no logra superar la noche anterior. La aventura y la alegría se acumulan pero la energía sólo mantiene su máximo hasta que la última estrella del escenario verde desconecta la guitarra. Después, todo es tentación y descenso. A menos que te hayas metido algo, el pitch de la noche desciende aunque suba el de los tocadiscos, cuando sólo quedan las carpas maquineras que aglomeran a los incansables y los jardines contaminados de cerveza y colillas donde se pierden las parejas y los damnificados de la juerga. En un lugar tan grande, hay todo tipo de noches. El protocolo es vagar.


Musicalmente, la revelación para mí fue zZz, un dúo de batería-voz y teclados que revisita el espíritu de Suicide pero en clave cachonda. Oscuros como el licor café y sexys como un corsé de cuero, los de Ámsterdam golpean con la fuerza de un animal en celo, como un oso sucio y hambriento que a fuerza de susurros cavernosos, un órgano psycobilly y una batería indomable nos transporta a los humeantes subsuelos del deseo. Yann Tiersen también me impresionó con una sesión de intenso post-rock que barrió definitivamente con los prejuicios que tenía sobre él (culpa de Amelie). Fue una tarde exquisita y bien programada, ya que siguieron Editors y I love you but I’ve chosen darkness, dos buenas bandas de revival dark ochentero. El día anterior había tocado The Organ, cinco delgadísimas y ambiguas canadienses que con una calculada impasibilidad también les prenden los lirios a The Smiths y Joy Division.

En cuanto a bandas españolas, a seguidle al rastro a los madrileños Líneas Albiés. Su electrorock freak recupera el hedor perdido de la no wave y nos demuestra que se puede ser divertido, sexy e irreverente a la hora de mezclar influencias. Sin muchas habilidades musicales pero exceso de personalidad, ofrecieron una performance trash y marciana que se agradeció entre tanto poserismo dentro y fuera del escenario. El post-free-jazz de 12Twelve también es uno de los hallazgos a destacar. Con el lado salvaje de John Zorn como detonador, estos catalanes saben muy bien como invocar un sonido poderoso y cabalgar sobre él. El pop enérgico y dulzón los Garzón (ahora llamados Grande-Marlaska) es otro de los referentes nacionales que destacó, si no por su originalidad, al menos por sus cuidadas melodías. Se agradecieron también los momentos íntimos y los raptos de distorsión, escuela Yo La Tengo, de The Secret Society.

Y ahora, los grandes, empezando por uno de los que me confieso fan. Segunda vez que puedo sumergirme en las mareas penitentes de guitarras, clamor y electrónica de Matt Elliott, cuyos conciertos suelen comenzar con baladas ebrias para ir poco a poco adentrándose ruido adentro en un hermoso caos lírico. Ojala algún día alguien filme una adaptación de Moby Dick o de alguna novela marina de Lowry con soundtrack suyo.


Ascendiendo a las estrellas, para mí los grandes raptos de este FIB fueron con Depeche Mode, Pixies y Echo & The Bunnymen. Los primeros electrizaron la última noche con un concierto capaz de ponerte la piel de gallina a golpe de hits y monumentalidad escénica. Gahan y compañía saben cómo amasar a miles de espectadores en un solo bloque de público adorador que canta y se emociona, a sabiendas de estar frente a uno de los más grandes. Además, no cualquiera puede decir que le cantó el happy birthday #45 a Martin Gore ¿o si?


Por otro lado, Pixies dieron una muestra del poder de sus canciones y lo frágil de las vallas de seguridad. En un concierto que no sonó tan salvaje como hubiéramos querido, revolvió la avalancha humana hasta tener que interrumpirlo por 20 largos e insustituibles minutos. Fue un concierto de éxitos tocados con sosegada precisión y sin locura, demasiado corto, demasiado real, y pese a todo demasiado excitante, al igual que el de Echo & The Bunnymen, quienes repasaron su carrera demostrando que gozan de una afortunada segunda juventud. Valía la pena alejarse de las apretadas primeras filas y bailar el concierto entero. Otros que no defraudaron y regalaron euforia con un repertorio bien maquillado fueron Franz Ferdinand y The Strokes. Y es que poco se puede hacer para no contagiarse con tantos ganchos guitarreros, tanto sex appeal y tantos cuerpos enardecidos que te hacen rebotar de un lado a otro.
Entre las decepciones están: 1) las que no lo son propiamente dichas, porque uno tiene algo de gusto y sabe que en los mejores escenarios siempre habrá bandas de relleno, como Futureheads, The Kooks, o The Rakes; 2) las ajenas, porque nunca fuimos fans pero teníamos buenas referencias de grupos como Placebo y Mojave 3; y 3) las personales, porque no podemos creer que un ícono trasnochado como Morrisey sea tan encantador, obeso y egoísta a la hora de elegir su repertorio.


En conclusión, incluso dejando de lado las actividades paralelas (cine, moda, arte, etc.) que nunca queda tiempo para ver, el FIB es una suculenta experiencia de camping hedónico-musical, una sobredosis de música, sol y bikinis que por más que pasen los años nos tentará repetir siempre.

PRIMAVERA CLUB (1-2/12): SALVADO POR CESÁREA
Otro festival nacido el año pasado, hermano menor del Primavera Club, pero que a diferencia del Summercase no nació con suerte. Un cartel con pocas atracciones (o para ser mas justos, sin abundancia de atracciones) sumado a un local inapropiado se tradujo en poco público. Lastima que mi acreditación no me permitió ver a Jacky-O-Motherfucker ni a Cat Power, pero dudo que el concierto de los primeros supere al que vi en el 2004 (entre no más de 20 afortunados) y por el segundo puedo esperar si prisa otra oportunidad. Lo que si me llamaba la atención era Autechre. Quizás fue el primer grupo de electrónica del que me volví fan y aunque ya los tenía un poco empolvados, me hacía mucha ilusión imaginarme como triturarían mis sentidos en vivo. Pero la realidad fue que, en directo, los de Sheffield sonaron como sonámbulos, sin energía ni sorpresa, drum n’ bass descalabrado que ni siquiera contó con visuales para echar algo de luz a estas almas perdidas en los oscuros algoritmos del MAX/ESP.

Como otra cara de la moneda, la mecánica simple, armoniosa y perfecta de ESG. La mejor y más sexy fórmula de ritmo que he escuchado. Las adoro. Dentro de esta moda de tocar enteras sus viejas obras maestras, Teenage Fanclub interpretaron el Bandwagonesque. Como era predecible, el resultado fue entrañable y casi excepcional. Bajando unos grados y poniéndonos al nivel de lo eficaz, bandas como The New Pornographers, Sparklehorse y They Might Be Giants entregaron rock de oficio, es decir, buenas composiciones, limpio sonido y una performance que no paralizó ninguna conversación.


The Rapture si me sorprendieron, porque los había visto unos meses antes en un directo más bien flojo y breve. Esta vez se redimieron y ofrecieron nada menos que el mejor concierto del festival. Descargas de energía y un repertorio efervescente dio como resultado un gratificante feedback de éxtasis entre la banda y el público. Les siguieron en intensidad los Art Brut y Cansei De Ser Sexy, celebradas nuevas bandas que además de vigorosas canciones tienen la suerte de contar con verdaderos show(wo)mans. A pocos cantantes he visto enloquecer sobre el escenario como a Eddie Argos, y ya se pueden imaginar el desparpajo punky que puede derrochar una adolescente brasileña, de rasgos orientales y cuerpo rollizo cuando se pone el seudónimo de Lovefoxxx.



Todo esto suena a quimera, pero la realidad es mejor. De hecho, esto es sólo el recuerdo comprimido de lo que en su momento fue amplificada felicidad. Sólo una hebra de lo que es todo un tapiz de historias y emociones, ya que como he dicho hay muchas bandas que se te escapan, así como otras que repites para bien o para mal. Ojala pronto pueda ver a Black Rebel Motorcycle Club, Black Heart Processión, Controller.Controller (posibles), Bowie o The Residents (soñados). ¡Y este año sobresalen (para comenzar): Patti Smith, Spiritualized, Barry Adamson, Buzzcocks, Fennesz & Mike Patton, Grizzly Bear, Dirty Three, The Durutti Column (en Primavera Sound), Iggy & the Stooges, !!!, Animal Collective y The Hives (en el FIB); Air, DJ Shadow, Jesús and Mary Chain, OMD y PJ Harvey (en Summercase)!

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