27.6.08

No hay tiempo


No hay tiempo para escribir. No hay tiempo para escuchar discos. No hay tiempo ni ganas de ir al cine. Pero sí hay tiempo de leer y de ir a conciertos. Algunas notas sobre lo primero:

>Poesía: según J.C. Yrigoyen, con quien hace unos días estuvimos cheleando aqui en Barcelona, la poesía argentina no ha tenido el desarrollo de su narrativa y la peruana pasa por una amodorrada transición. ¿Y la chilena? ¡Buiiiiina, poh! Le gusta Germán Carrasco más que nadie entre los nuevos, y yo luego de leer Clavados, de este autor, y los poemas incluídos en la antología Cuatro Cuartetos/Cuatro poetas recientes de Chile, yo me inclino más por el preorgásmico ritmo de Paula Ilabaca y sobre todo por los cantos cursis, sórdidos, líricos y muy urbanos de Diego Ramírez, el más joven del cuarteto y alguien con quien supongo conectará mucho la juventud pokemona chilena. Citar a Pasolini, Sylvia Plath y Enrique Lihn es sólo una invitación a su prometedora locura.

>Fogwill: Leyendo su antología en Mondadori, Cantos de marineros en la pampa, descubro a este mito de la literatura argentina y no encuentro nada de lo que me imaginaba. No la locura y el delirio que había proyectado, pero sí a uno de los grandes del post boom. Muy lúcido y algo pervertido. Me gustaron todos los relatos, menos el que da título a la colección (no lo pude ni terminar de leer) y más que ninguno La larga risa de todos estos años, que desde ya propongo como uno de los mejores cuentos en nuestro idioma de los últimos 25 años.

>Lydia Lunch: Su novela Paradoxia, ahora traducida al castellano, es uno de los más estimulantes, bien escritos, valientes (tal vez mejor sería decir bravucones) y nada aburridos relatos eróticos que he leído. Y eso que no tengo en mucha estima el género.

>Psychedelic Furs: Lo único que diré es que, si bien demasiado corto (1:20 hrs. aprox), fue un placer hiper danzable y potente en flash backs el directo de esta mítica banda de los ochenta. Lo mejor fue poder bailarlos, hit tras hit, a un metro de distancia, como si de una disco y no de un concierto se tratara. Lujo.

10.6.08

Disfruta el silencio


Obra maestra. El director argentino Esteban Sapir ha logrado, en su segundo largometraje, un perfecto cóctel donde se equilibran la originalidad con el homenaje, la tradición con el experimentalismo, la simbología con el drama, lo lúdico con lo político; en fin, un delicatessen de cinefilia que se apropia de la paleta expresionista para contar, con sensibilidad naif, una fábula distópica.

Imaginad pues el futurismo arcaico de Metropolis de Fritz Lang, montado con la osadía y oído musical de Walter Ruttmann en Berlín: Sinfonía de una ciudad y recubierto por una atmósfera noir extraída del corazón de los Estudios Hammer. Agregad cierta truculencia infantil a la Tim Burton y el virtuosismo de efectos especiales con estética analógica de Michel Gondry. Reducid al mínimo el elemento vocal de todo lo anterior y ya (casi) lo tenéis. El hombre que fue capaz de realizar y dar vida a tamaño prodigio de legados no ha surgido de una revista de crítica, como Godard, ni de un videoclub, como Tarantino, si no (¡oh sorpresa!) de la publicidad y de la fotografía cinematográfica.

De lo último da sobradas muestras el manejo del blanco y negro. Más allá de una simple transposición cromática a la escala de grises, aquí encontramos un diseño integral de la imagen. De mano con la dirección de arte, el director ha preferido pintar antes que sólo manejar las luces, opción que potencia la autonomía de su mundo retrofuturista.

Por otro lado, su trabajo en la realización publicitaria se deja entrever en el detalle y aprovechamiento semántico del que dota a cada plano. Sapir es muy conciente de la economía de su lenguaje y carga cada encuadre con buenas ideas, ya sea compositivas o de carácter tipográfico.

Y es que La antena no sólo es una clase maestra de fotografía y de narración con imágenes. Hay un elemento más que la hace una sustanciosa celebración del cine mudo. Baste decir que el argumento va sobre una ciudad donde la gente ha perdido la voz. Lo único que le queda son las palabras, y no me refiero a ellas sólo como comunicación escrita, si no como entes lingüísticos que se materializan sobre el ecran cual subtítulos diegéticos (estamos al fin y al cabo en una realidad de celuloide) y son el botín último que animará el conflicto de esta historia. Sapir aprovecha ese material para darnos una lección de grafismo y anima el texto con una expresividad potente, al punto que no es exagerado considerarlo un personaje más.

Es cierto que La antena carga con una amplia lista de referencias y deudas cinematográficas, pero creo que lejos de menoscabar su originalidad, ésa es su riqueza. Por eso es absurdo enfrentarla a sus modelos o restringir su público cautivo a chavales que aun no descubren El Gabinete del Dr. Caligari. ¿Qué si la antena capta más de lo que emite? Sospecho que no, pero el tiempo lo dirá.

(Publicado originalmente en Mau Mau Underground)