22.4.07

La fábrica Aira



El reto de la obra de César Aira viene no sólo por que es casi inabarcable (siempre hay una librería o una biblioteca donde descubres un título nuevo), si no también por su variedad de registros y por la ausencia de una crítica más vigilante que nos pueda servir de coladora de fiascos. Si no me equivoco, he leído ya once novelitas suyas, de las cuales puedo recomendar La prueba, La serpiente, Un episodio en la vida del pintor viajero, Varamo, El mago y Yo era una chica moderna; me gustaron menos Las curas milagrosas del Dr. Aria, Cumpleaños y La liebre; y confieso que Ema, la cautiva y Una novela china están entre los pocos libros que me he negado a terminar.
Una de las paradojas de su obra es estar marcada por la brevedad y al mismo tiempo por el exceso. Exceso de libros bombardeados, y exceso de imaginación que muchas veces derrapa hacia el puro delirio, son los que hacen de su obra una sorpresa narrativa y editorial, un reto a nosotros como lectores (que tenemos que digerir un cócterl de Borges y Monty Python) y a la babilonia cultural de nuestro tiempo (ese laberinto omníboro lleno de foros, blogs, revistas y demás). Lo suyo es sembrar el desconcierto, en cada historia y en cada intento de catalogarlo de manera crítica. No me sorprendería que, como esas criaturas fantásticas que al desmembrarlas se duplican, cada intento de disección de sus artefactos sólo traiga consigo su multiplicación.
Para mi gusto, prefiero a Aira en su vertiente más absurda y fantástica, cuando luego de dibujar un mundo con trazos pop comienza a deformarlo de manera cada vez más alucinante, hasta perder el débil pulso del realismo y dejarse llevar por situaciones cada vez más absurdas. En esa línea esta Yo era una chica moderna, la novela que acabo de leer. Un divertimento que toma a dos modernas bonaerences y las hace caer en una aventura que comienza en una discoteca de moda y desemboca (o se desvía desde casi a la mitad del libro, para ser más exactos) en un gore fantástico más cercano de las viñétas de Daniel Clowes que de cualquier referente literario (Burroughs quizás, aligerado con más dosis pulp).
En esa línea también estan La prueba (1992) y La serpiente (1998). La primera sigue siendo mi novela de Aira favorita, una combinación de dialogos filosóficos a lo Godard, erotismo Suicide Girls y un desenlace Natural Born Killers, protagonizada por una adolescente y dos punks lesbianas. La segunda ocupa también ese lugar en mi ranking de preferencias, y si recuerdo bien (la leí hace más de cuatro años) va sobre un tío que hace un viaje con su familia y en un paseo solitario su realidad se tiñe de alta lisergia (o baja, si se piensa que sus referentes estan más cerca de Ed Wood y Godzilla).
En fin, Aira es ya un mito, una excentricidad, un récord, una fábrica, un fenómeno; irregular pero fascinante, como los mejores creadores de culto.

11.4.07

Noche para celebrar


Tremenda emoción al ver publicados los últimos postumos de Bolaño, El secreto del mal y La Universidad Desconocida, el primero una colección de relatos inconclusos (o apuntes de tales), y el segundo lo que hace tanto esperaba sea editado: nada menos que su obra poética completa, y mejor aún, en una colección ordenada por él mismo. Al fin un tomo que enfrentará amistosamente a su poesía con su prima hermana, como a él le gustaba considerar su narrativa, y se alzen los inevitables veredictos sobre si fue mejor poeta o narrador (yo no me atrevo). Robo y obsequio el primer poema:


Esperas que desaparezca la angustia
Mientras llueve sobre la extraña carretera
En donde te encuentras

Lluvia: sólo espero
Que desaparezca la angustia
Estoy poniéndolo todo de mi parte

4.4.07

Las canciones perfectas del fracaso


Uno de los músicos que más admiro es Matt Elliott, a quien descubrí ya como solista, en el barullo de los plausos mediáticos que recibió el su segundo disco, Drinking Songs; es decir, sin el background de Third Eye Foundation, su anterior proyecto musical. Luego de eso lo he ido a ver cuatro veces, la primera desafortunada y digna de Cassavettes, y las siguientes en el Sonar 2005, el FIB 2006 y este último sábado en el Apolo de Barcelona. Por suerte, esta repetición no ha traido cambios, y pude ver otra versión de sus poderosos directos con Manyfingers, ya no como acompañante sino como telonero. Manyfingers hizo honor a su nombre creando un tejido rítmico de samples grabados en directo y superpuestos uno sobre otro. Y luego Matt Elliott presentó su reciente Failing Songs. Más tempestad sónica atravezada por un melodía alambrada que cierra una trilogía que si en verdad lo es (lo cual ignoro) sería perfecta.
Si no me equivoco, en breve estará tocando, esta vez acompañado de una orquesta (sensato reemplazo de Manyfingers), en el Primavera Sound. Os dejo un extracto:

2.4.07

Un idilio sin atributos


Luego de varios años sin atreverme a leer una novela de Mario Vargas Llosa, y menos una reciente, este fin de semana caí en la tentación de abrir las páginas de la última, Travesuras de la niña mala. Y entonces recordé el por qué. No sólo se trata de que, una vez comienzo a leer una novela suya, sea habitual que no pueda dejarla y pase dos o tres días capturado y luego con una lenta digestión; además, es uno de los raros casos en que un libro menos para completar al autor nos da más pena que satisfacción. Con este auto control, he podido conservar en los últimos quince años, desde que leí La ciudad y los perros, obras vírgenes.
Este fin de semana rompí esa costumbre y, como he dicho, me vi de nuevo raptado por el inmenso poder fabulador de quien sin duda es el mejor novelista peruano y uno de los mejores de la literatura universal. Travesuras de la niña mala es una de sus novelas menos ambiciosas a nivel formal, pero también una de las más emotivas y la que guarda a uno de sus personajes más notables: la polifacética niña mala. Se trata del relato en retrospectiva de un amour fou, de toda la vida, en la vida nada notable de un traductor e intérprete peruano -miraflorino para ser más exactos- radicado en Europa y sobre todo en París, ciudad a la que se le rinde un entrañable homenaje. Cada capítulo esta enmarcado por una capital y una época distintas -somera pero muy precisamente descritas- en las que la vida del narrador se recupera del recuerdo de la niña mala, solo para volver a toparse con ella, bajo un nuevo disfraz y amante, liarse con toda la cursilería y fatalidad del caso, y ser de nuevo abandonado en circunstancias cada vez más infames. Lima, París, Londres, Tokio y Madrid son escenario, desde los cincuentas hasta los noventas, de esta historia de amor, vulgar y pedestre como el peor bolero, pero cuyo tesón y firmeza a lo largo de los años son conmovedoramente heroicos.
El genio narrativo de Vargas Llosa es capaz de darnos una excelente historia de amor con la estética de lo huachafo, peruanismo que denota lo burdo, trillado, chabacano, de mal gusto; un arte poética de lo prosaico, que juega y le da vuelta al melodrama y al folletín, trascendiendo desde su anti-poesía gracias a las dos pasiones -la firme y la intempestiva- que construyen a sus personajes. Una novela pues sencilla a nivel estructural (capítulos episódicos, en los que la historia principal toma como único contrapunto la del respectivo personaje secundario) y ramplona en su estética, pero que aún así vibra en cada página gracias a la universalidad de ese amor miserable e imposible, intenso y cutre, escéptico y devoto, mediocre y sórdido, que va descubriendo a lo largo sus trescientas y tantas páginas el múltiple "rostro del amor", como se describe de manera tan hortera y atinada en la contra carátula la trama (cariz que también puede extenderse al título del libro, nunca tan engañoso pero certero como siempre). En definitiva, una novela apasionante como las mejores del escritor peruano, modesta pero sabia, corriente pero deliciosa.